sábado, 5 de septiembre de 2009

HACE UN SOL QUE RAJA LAS PIEDRAS


Así empezaba un día de pesca, cuando mi padre entraba a las siete de la mañana en mi cuarto, con la mejor de sus sonrisas para convencerme de que acompañarle al río sería lo mejor que podía hacer. Nunca me gustó pescar, quizá porque implicaba madrugar, que es lo que menos soporto de esta vida. A quien madruga... se le quitan horas de sueño, que para un soñador como yo es un crimen. El caso es que de nada servía darme la vuelta, mi padre atacaba por este flanco y volvía a la carga con argumentos de mayor calado: tu madre ha hecho una tortilla muy jugosa. Así que al final me levantaba con malas pulgas y dormitaba en el coche hasta llegar al río, que siempre estaba lejos, porque las truchas, que eran lo que más gustaba pescar a mi padre, siempre escogían aguas frías a más de dos horas de mi cama, que estaba calentita. O los lucios, que tenían más dientes que el ratoncito Pérez, y habitaban más allá de Benavente. Y la cosa no era sentarse a la orilla, qué va, había que caminar toda la mañana, cargado con la cesta, la sacadora y alguna caña de repuesto. Me pasaba como ahora, que me encanta la playa o la montaña o el campo en general, pero para pensar en mis cosas sin horario. A media mañana hacíamos el parón de la tortilla, que siempre se conservaba jugosa entre dos platos atados con servilletas, (aprende, inventor del burdo tapergüer). Y yo miraba la hora de volver, que nunca parecía llegar. Algún extraño campo de atracción sujetaba las manecillas de mi reloj, pese a que en la esfera ponía "antimagnético". Al final el sol dictaba sentencia. Mi padre me comentaba los lances, el del truchón que se le escapó por poco, el del enganchón que le impidió pescar en la mejor hora o el de la lucha sin cuartel con la captura más grande del día. Yo hablaba poco, escuchaba y miraba la carretera, a veces mi padre me dejaba conducir desde mi asiento, con la mano izquierda, para enseñarme a ser mayor. Pese a que lo intentó, y de qué manera, nunca consiguió que me aficionase a la pesca. Pero conservo algunos de sus muchos carretes en mi vitrina de objetos importantes, y en mi memoria sus ojos azules brillando de emoción cuando decía: "ha picado una".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

a ver si con este hay suerte...

Pucela a Capella dijo...

Pues sí, ha habido suerte, pero no has dicho nada.

Anónimo dijo...

Ya, te decía que siguieras con la moda nostálgica...ya sabes, la crisis de los 40 es lo que tiene