lunes, 31 de agosto de 2009

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS




Helados nos quedamos mi padre y yo aquella mañana, cuando viniendo por la carretera de Salamanca, escuchamos por Radio Nacional que a partir de no sé qué día, los cinturones de seguridad serían obligatorios. No recuerdo si antes o después también se establecieron los límites de velocidad.

Y me viene eso a la cabeza porque acabo de regresar de un pueblo de Asturias, (que antaño era la provincia de Oviedo), por la Autovía del Cantábrico (mediovía) y la recién estrenada "Cantabria (la provincia de Santander) - Meseta", que por aquellos entonces no era ni un lejano proyecto del MOPU, que pasó a ser el MOPT, o quizá alguna otra sigla indescifrable y hoy es el Ministerio de Fomento. Por lo visto, fomentar en dialecto político viene a ser como "hacer carreteras a medias". Yo propondría el nombre de MFyC, o sea, de fomento y consolidación, para que no queden dudas de que lo que se empieza hay que acabarlo.
La cosa es que, como soy un clásico y además pobre, mi coche no tiene aire acondicionado, excepto el que entra por las ventanillas, cuyas condiciones son las puramente meteorológicas. Y subir o bajar el volumen del cassette o la radio depende del calor, porque a más calor, más volumen, para compensar el ruido que entra a ventanilla bajada.
Creo que si nos hicimos hombres (y mujeres) fue en parte por aquellos viajes en el SEAT 1500, con mis padres delante y mis cuatro hermanos y yo detrás, sin cinturones de seguridad, aguantando curvas sin vomitar, jugando al tres en raya sin magnetizar, y merendando en ruta con cuidado de no ensuciar la tapicería. No existía la ergonomía, pero las apreturas nos impedían ir de lado a lado. Soportábamos el calor y el frío con estoicismo, el único radar que conocíamos era el de la base de Robledo de Chavela, cerca del safari El Quexigal, y mi madre hacía tortillas de las de verdad, con huevos de gallina, que comíamos a veces en un pinar, sobre la manta roja de cuadros que parecía tan obligatoria como hoy lo son los triángulos y los chalecos reflectantes.
Cantábamos "ahora que vamos despacio", porque íbamos despacio sin necesidad de advertencias de la DGT y porque los coches de los 70 raramente pasaban de 150 km/h, que además era el límite para adelantar en autopistas. A alguno le sorprenderá que actualmente no se puedan sobrepasar los 120, con tanto airbag, ABS, frenos cerámicos y la biblia en verso, amén de las carreteras, que siempre tenían curvas aunque fueses de Valladolid a Palencia, pero es que antes no se preocupaban por nuestra salud más que a base de inyecciones cuando cogías la gripe, que con Franco y la UCD daba más fiebre y te dejaba baldado cuatro días en la cama, no como la de ahora, que te tiene atontadillo pero te deja trabajar, aunque sea al ralentí. Curiosamente, los médicos de familia se llamaban de cabecera, cuando la familia era algo fácilmente identificable y hasta perdurable, y ahora que es un batiburrillo de gente entrando y saliendo, los llaman "de familia"... en fin, un lío esto de la "nomenclatura moderna que se ajusta a realidades".
Y para terminar, una frase atemporal, que no entiende de modernidades: ¡Cómo se come en el norte! Y qué fría está el agua, coño.

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