El óxido chirriaba anclado en la vieja puerta de madera, un leve murmullo se escuchaba a través de las rendijas del portalón, la luz pasaba entre los huecos formando un universo de estrellas en la pequeña habitación a oscuras, y él estaba allí, inerte, inmóvil, frágil ante la muerte como cualquiera de los seres vivos que habitan en el planeta. Él que lo había sido todo a lo ancho y largo de la vieja europa, él que había sido temido y odiado, alabado y vilipendiado, se encontraba solo, en un viejo caserón, aislado de la tierra que le vió triunfar y caer, él que habia puesto la tierra a sus pies. Santa Elena se lo había llevado consigo, el pequeño gran caudillo, había fallecido.
Marqués del Duero
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