Llovía, lo cual no aproveché para perpetrar poemas, y salí del trabajo sin paraguas. De regreso a casa bajo los balcones (mil gracias a los que pagaron el impuesto sobre voladizos), cediendo a ratos el paso a las señoras y señoritas (como me había enseñado mi padre mucho antes de que fuera delito de leso machismo), ancianos y niños, pasé frente a la casa donde vivía de soltero. Mi madre estaba mirando por la ventana, "la tele de los pobres", y me vio empapado. Por señas me dijo que subiera pero, en lugar de obedecerla (¿será "laísmo enclítico"?), le regalé una improvisada versión del "singing in the rain" pateando un enorme charco. La gente me miraba, ella reía desde arriba llevándose un dedo giratorio a la sien (bien me conoce) y yo actuaba para todos los públicos. Me despedí lanzándole un beso-manguerazo y llegué a casa. Me desnudé, eché la ropa en la bañera, me di una ducha caliente y sonó el teléfono.
-Hijo, ¿estás bien?
-Sí, mamá.
Mi madre sigue ejerciendo de madre conmigo y mis hermanos igual que cuando vivíamos en la casa familiar, recetando aspirinas cuando tenemos un resfriado, recomendando que no fumemos, y que use la olla a presión para ganar tiempo (debo de ser el único de los cinco que no la tiene, porque se convirtió en nido de cucarachas y se la regalé a mi suegra, previamente desinfectada -la olla-).
-Tu padre se ha perdido la actuación a lo Gene Kelly. Lástima.
Supuse que andaría de tiendas o en el cine. Era muy cinéfilo, y se tragaba desde pequeño sesiones continuas, desde las cuatro y media hasta que lo echaban de la sala. De joven distraía unos céntimos para escapar al cine y veía dos veces cada película, por amortizar el desembolso. De ahí que supiera de memoria el "casting", que no sólo era elenco sino el lance con caña, otra de sus aficiones.
Fuimos juntos al Roxy, Lope, Capitol, Cervantes y todos esos cines de barrio que desaparecieron bajo la presión de las salas múltiples. (Me cuesta recordar alguna película española en su compañía, que sólo veíamos en la tele, pero que no le eran ajenas, y también era capaz de recitar el nombre de los actores nacionales, aunque con menos entusiasmo que los americanos).
El dueño de las dos únicas salas que perviven en el casco urbano me dijo que no le había quedado más remedio que poner una barra para vender coca-cola, aunque le horrorizaba la idea de que sus locales se convirtiesen en merenderos, pero que había que cuadrar las cuentas y dar gusto a los espectadores, incapaces en estos tiempos de asistir a una proyección sin palomitas y bebida. También me comentó que le hacía gracia que algunos de sus mejores clientes (no sólo de cine sino de la barra) fueran de entendidos a la SEMINCI. Que los doblajes unas veces tapaban las carencias de los actores, que los había muy malos, y otras estropeaban la grandeza de la versión original. Y que una vez se salió del cine porque el doblaje de Robert de Niro, al que conocía personalmente, era tan lamentable que le estaba fastidiando "El corazón del ángel" (si es que la película no había nacido estropeada de antemano).
Me temo que Trueba, quien trajo para España un óscar de Hollywood con "Belle Epoque", no ha calibrado bien sus comentarios o tal vez sobreestimó la capacidad de los españoles para entender su fino humor (tendría que haberlo previsto, fue como contar un chiste de leperos en Lepe). Personalmente creo que se estaba gustando, como los toreros, y se vino arriba. Su exceso verbal no ha influido en mi ánimo para no ver su película, entre otras cosas porque dejé de ir al cine regularmente cuando empezó el siglo, pero sí en el de los que escogen a qué multicines ir en función del precio, del bono de descuento, la calidad de las palomitas o la duración del film para pasar más tiempo a cubierto cuando hace frío. Eso sí, merendando.
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