Dice mi madre que nací solo, sin médico de guardia a la vista, lo cual no me choca en absoluto, porque si hay alguien enemigo de lo superfluo (no me extrañaría que a estas horas algún pedante hubiese acuñado el término "hiperfluo"), ese es mi madre (el enemigo, digo). Así que imagino que le parecería que a las siete de la mañana de un uno de marzo presumiblemente ventoso, (y ya se sabe que la tierra solo pertenece al viento, como dicen que dijo un indio, que no era indio por el error de Colón, sino pielroja, o amerindio, minoría étnica acá, mayoría antaño, esto de argumentarlo todo no tiene límite... ah, y polvo somos, o sea tierra, y al polvo volveremos, "pulvis et nullis") no era cosa de ponerse pesada en el parto y me dio a luz a la velocidad de la luz, quod erat demonstrandum. He llegado a pensar en ocasiones depresivas que mi alumbramiento fue un presagio de mi vida, por lo que acabo de confesar, pero en momentos más lúcidos tiendo a mostrarme más justo y equitativo en el reparto de tareas no domésticas. Aunque me bandeé bastante bien solo, y hasta diría que fui un pionero en el arte del manejo propio (léase "me he vuelto loco en la mili" hasta que no pude fingir más), es de justicia (no del ministerio, que estoy hablando en serio) reconocer méritos ajenos. Si mi madre me parió sin protestas ni demora (como ha hecho todo a lo largo de su vida) fue por no dar espectáculo (del latín spectare, mirar, y del castellano, trasero) ni poner más nervioso a quien venía con nervios de serie, o sea, mi padre. He aquí su primer servicio comunitario, por cuanto hoy mismo podría interponer denuncia ante la autoridad por negligencia médica, cosa que no sucedió porque mi adorada progenitora desconocía la ley pero conocía las "mores" y el sentido común. Y más aún, otro servicio de solidaridad: "si soy capaz de parir sola, ¿para qué coño necesito a un médico, con la de madres histéricas que habrá, y las que quedan por venir?". Sea lo que fuere lo que pasó por su cabeza, aquí estoy, vivo y cabeceando.
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