Corría una mañana de 1968 o 69, y corrían a la par las entonces cristalinas y crecidas aguas del Esgueva. A la par que las aguas, corría atontadamente yo (el atolondramiento en el correr siempre me fue algo muy propio, y aún lo sigue siendo). La humedad, el barrillo y la arena acumulada en las márgenes de cemento facilitaron mi inmersión, cual inopinado bautismo. La intuición, esa ciencia infusa con la que nacemos los seres indefensos, me hizo pedir socorro, e incluso creo que exclamar "que me ahogo". No hubo caso, porque mi hermano y un amigo se encargaron de sacarme del Jordán y llevarme de vuelta a casa, donde mi madre nos abroncó (demasiado poco) y me puso ropa de una de mis hermanas (demasiado cruel). En un aparte, me pidió que no contase una palabra a mi padre cuando llegase del trabajo, cosa que respeté hasta que muchos años más tarde, paseando con él por la orilla del río que me vio renacer, le conté la aventura. Se limitó a decir: "Cómo es tu madre".
Y en efecto, mi madre es como la iglesia de su pueblo: impactante en su sencillez, desprovista de adornos pero a la vez catedralicia con las pequeñas ermitas que somos sus hijos, (los hijos políticos también lo son en la Seo Cipriana), y también sus nietos.
Con paciencia me enseñó a pochar cuando se llamaba sofreir, entre bailes y cantos regionales, sobre todo jotas castellanas, en la cocina de casa, muertos de la risa. Y a hacer masa para croquetas, guisar carne con alcachofas, pollo con verduras, lentejas y más platos básicos de la dieta mediterránea. Remedábamos el programa de Elena Santonja, "Con las manos en la masa", y como ella nos parecía un poco petarda, imitábamos sus chistes malos, las entrevistas de perfil bajo (se notaba que era la esposa del productor del programa, Jaime de Armiñán) y hacíamos la comida como dos chiflados. Luego Arguiñano nos superó, pero sólo en la chifladura.
Todo lo que sé de hacer comiditas se basa en lo que aprendí entonces. Y muchas cosas de las que sé, (de lo que no es hacer comiditas), también se las debo. Así que se lo voy pagando en abrazos los miércoles. Me harán falta muchos miércoles aún para saldar mi deuda. Y en eso confío.
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