domingo, 14 de julio de 2019

RECORDATORIOS


Dicen que las vacaciones sirven para desconectar —se supone que de la rutina, por si las propias vacaciones no son una parte más de la rutina anual—. Antes de emprender viaje, cargué las baterías de la cámara fotográfica, otra costumbre invariable desde el advenimiento de lo digital. 

Al "llegar a su destino", como dice la voz cantarina de la "Gepeesa", me sorprendió la cantidad de libros que adornaban los muebles suecos, a juego con las casas blancas por fuera y dentro. Llevaba tres míos, recién comprados, pero preferí aprovechar la ocasión inesperada leyendo algunos de los que me ofrecían. Deseché los muy largos —bestsellers, alguno ya leído—, y me decidí por un Saramago, que duró menos de tres días, esos de piscina y playa inexcusables antes de que mi piel se ponga en "mayday". Luego me aventuré con uno ligero, de esos que llaman "lecturas veraniegas", como de poco esfuerzo. Por último, encontré uno más al que clavar el ojo, de una editorial dudosa, porque mete lechugas entre coles o viceversa. Este resultó el más veraniego del trío, de los de "se lee tan rápido como se olvida".

A la vuelta, encendí el ordenador. Tengo títulos a medio escribir como para llenar estanterías, apartamentos y urbanizaciones. En esa tesitura me hallo. Y la cámara volvió sin gastar la batería. Es lo normal cuando no se saca de la maleta.

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