domingo, 31 de marzo de 2019

LANG LANG (ALONSO ALONSO, PERO EN CHINO).


Me propongo ser breve. No lo he conseguido hasta ahora. Avisados estáis. Tenéis el domingo por delante, aunque nos hayan robado una hora.

Hace unos días, el famoso pianista chino Lang Lang (pronúnciese Lang Laaaaaaang, con ascenso y descenso en las vocales del apellido, según explicó él mismo en una tele de pago), ofreció un concierto en Valencia. A falta de más datos que los que comenta la prensa (no me queda más remedio que darlos por válidos, habida cuenta de que nadie lo ha desmentido, o me conste), cobró 200.000 euros por el bolo. Nada que objetar. Uno pide y le dan, o no, aunque no siempre se pague por uno lo que realmente vale. Gracias a esa ecuación sobreviven muchos.

Supongo que el palacio de las artes, las ciencias, los peces o donde quiera que se celebrase el evento, estaría lleno de peces, perdón, de público. Bien es sabido que los peces comen lo que les echen hasta hartarse, hasta reventar incluso. En mi memoria queda Goyito, mi mascota alérgica al jamón de york.

Dicen unos que con esa pasta pública —la que no es de nadie porque nunca nos dejan tocar los billetes, que van directamente de la nómina al erario público sin pasar por la casilla de salida, y que no es poca a menos que seas ministro, diputado o senador (tirando por lo público)— se habría pagado a cinco o seis, puede que muchos más, artistas de mucho nivel. Otros añaden que los cargos y las cargas (en este caso prima el femenino) encargadas —obsérvese  mi sutileza gramatical— del contrato tendrían que ser profesionales de las artes, si bien queda en el aire qué entendemos por arte y por profesional, y me viene a la cabeza ARCO. No falta quien alude a cuestiones (dudosas) de promoción interna, léase paisanaje, o artistas locales. 

El chino guapete pasó por la tele, tocó frente a Las Meninas de Velázquez en el museo del Prado —con un Steinway premium, puto D-274, te odio porque no te puedo tener—, y luego se soltó un concierto de Beethoven y tres propinas, será por tiempo y dinero. No estuve allí, pero habría aplaudido hasta sangrar —como hicieron los asistentes—.

Las puñeteras casualidades existen. Hace unos días compré la autobiografía de Lang Lang. Le robaron la infancia —se la robó su padre en los años de la China jodida, obsesionado por tener un hijo number one, como el padre de Michael Jackson en la jodida América, el de Mozart en la ¿Austria? del siglo XVIII o el de Beethoven en la Alemania del XVIII y XIX— y el chico sobrevivió. 

Ahora se le tilda de amanerado, acomodado y nada filantrópico. ¿Alguno de los que lean esto renunciaría a cobrar lo que pide si se lo pagan? 

La solución está clara, que no cerca: se llama educación. Cuando educadores, público, periodistas, políticos, gestores estén lo suficientemente formados, ajenos a lo crematístico, para empezar, y a otros asuntos como modas, tendencias, fobias y filias, traumas, amiguismos y pendencias varias, lo mismo es hora de tenerlos en cuenta. Mientras tanto, me quedo con una idea: Lang Lang actuó porque unos y otros lo pagaron.


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