domingo, 16 de diciembre de 2018

MASA MADRE, FÚTBOL, BOBADAS MÍAS.

En mi casa paterno-materna siempre había un diario, El Norte de Castilla —excepto los lunes, que no se publicaba y era sustituido por "La hoja del lunes", que venía a ser como un periódico deportivo, en el que José Luis Parra, "Parrita", compañero de trabajo de mi padre en la caja de ahorros, firmaba las crónicas del Pucela—. Lo traía papá a la hora de comer, y había tortas para ser el segundo lector. Le vigilábamos para que nadie se adelantase, cosa que le ponía nervioso. Yo pensaba que el nombre del periódico era injusto porque, en aquellos tiempos, Santander era la provincia más al norte de la vieja Castilla y la niña mimada de la región, con su playa del Sardinero, que nos hacía felices a los de tierra adentro. No debía de serlo tanto, porque se escindió y acabó formando su propia autonomía, Cantabria, mal que les pese o que el Revilla no se canse de regalar anchoas de Santoña. Me parecía más adecuado llamarlo "el centro de Castilla". Tardé en entender el sentido de "norte". 
Ya emancipado, seguí la tradición de comprar el mismo diario, pero un día me dio por cambiar, hasta que me harté de "El mundo" —me ponía de mala leche— y regresé al redil. Uno se independiza hasta cierto punto.
Ansúrez y Corebo firmaban crónicas (no sé si se trataba de la misma persona, Félix Antonio González); Javier González contaba las pocas gestas del Pucela, que yo contrastaba con mi opinión de espectador en el viejo Zorrilla, al que asistía con mi padre y mi hermano para ver al San Andrés, Sabadell, Palencia, Rácing (de Santander), Burgos, hasta el año 80, el del ascenso*. Luego vinieron los buenos: el Madrid de Santillana, el Barcelona de Quini, el Valencia de Kempes... Vi a Landáburu y Cardeñosa con la albivioleta y otras posteriores (yo tenía un 10 pegado a la mía) y sólo me faltó que Borja, mi ídolo del colegio y del Pucela, hubiera venido con la del Madrid (con la de la selección juvenil lo vi contra Rumanía). Que un chico, que corría de lunes a viernes por el mismo patio de brea que yo, lo hiciera sobre el césped de Zorrilla los domingos, era un lujo y un ejemplo. Mi hermano, que había compartido vestuario con él cuando cadete y juvenil, lo miraba entre la admiración y la envidia. 
El año pasado, cuando me encontré con Borja en una entrega de premios —el mismo que he obtenido en esta convocatoria—, me preguntó por mi hermano y se interesó por si alguno de mis sobrinos había salido buen futbolista, como el padre, que se perdió la oportunidad de probar con el Valladolid porque su entrenador no le avisó de la convocatoria —hay que ser cabrón y cosas peores para jugar con la ilusión de un crío—, resentido por una revolución de los jugadores ante alguna afrenta en forma de alineación caprichosa. Incluso algunos de estirpe de futbolistas, como Morro y Saso, se le pusieron en pie de guerra al pobre diablo, que no pasó de pegar patadas en el promesas. Luego me puse a su lado para la foto, aunque Borja no lo sospeche.
Toda esta divagación dominical viene, aunque parezca coña, porque he leído en el semanal del Norte que un actor desayuna pan hecho de masa madre, que debe de ser la madre que parió a todos los panes que en el mundo han sido y son, y leche muy caliente con café muy caliente, que si no le da algo malo en la tripa, un "chungo".
Se me antoja que éramos más felices cuando el pan era pan, sin apellidos modernos, y que mis padres han sido mi masa madre. Que me conformo con desayunar cada mañana, ya sea leche fría o caliente, pan de molde, galletas maría o magdalenas (perdón, cupcakes). Y que mi padre y yo habríamos sido aún más felices viendo a mi hermano jugar un rato en Zorrilla. Y Fernando hijo, ni te cuento.
No me hagáis caso. Como hasta ahora, vamos.
PS.- * Gracias al omnipresente ff por tomarse la molestia, haciendo un paréntesis entre sus múltiples quehaceres, de enviarme un guasap para advertirme de mi error. Dura lex, sed lex. O sea: las correcciones de los amigos siempre son bienvenidas. De los enemigos también, pero no es el caso.

domingo, 25 de noviembre de 2018

VAYA MORRO

A estas horas del domingo, cuando escribo, suelo haber terminado de hacerlo, pero a veces hay excepciones. Hoy me dio por escribir con fines lucrativos, es decir, por si me gano algo en forma de premio inverso a la frase bíblica: la mies es mucha... Aquí, en lo de ser premiado, hay más labradores que mies; menos premios que opositores. Me conformo —qué remedio— con ejercitar la pluma para prevenir el Alzheimer. 
Cerrado el portátil, fui a leer un rato. Un escribidor con mando en plaza, de los consagrados, a falta de ideas y de dinero, aunque nunca sea suficiente, se permitió regalarnos una clase particular o general sobre el apasionante tema: "la ensaladilla, motor de mi cuenta corriente". Por lo leído, pertenece a una asociación de "prohombres defensores de la pureza de la ensaladilla", que es menos rusa que la montaña y Demis Roussos juntos. Que si huevas no, atún sí, guisantes nunca, melva depende... Todo un apasionante ejercicio de nadería en pos de la excelencia pecuniaria. 
A principios de este mes comí en un restaurante de San Sebastián, regentado por una joven mujer rusa. Su ensaladilla, supongo que rusa de verdad, con la dosis de invención que se acostumbra en estos tiempos, tenía huevas de esturión y codorniz escabechada. Como nunca he cruzado la frontera, no tengo idea de cómo es la verdadera ensaladilla rusa. Lo que tengo claro es que me encantó su receta, no sé si innovadora, pero suculenta. 
También me queda claro que algunos le echan mucho morro a lo de ganarse las vidas —la primera la tiene ganada hace años— contando gilipolleces. Puede que yo también lo haga, pero gratis. 

domingo, 18 de noviembre de 2018

TAG TIME


Un tag viene a ser la coda, o eso entendí cuando Nacho Nieto, el director de Tag Time, nos lo explicó. 
Conocí a Nacho el día de la audición, lo que ahora se llama casting, que en inglés también tiene que ver con la pesca con caña. Quizá no esperaba el hombre que asomara entre las aguas un merluzo viejuno. Así me lo hizo saber:
—Sólo veo el inconveniente de tu edad. 
Me dolió un poco, lo reconozco, máxime cuando estaba dentro de la horquilla marcada en las bases, "de 18 a 55". Me sirvió también para esforzarme más por quitarle las telarañas a mi voz, algo cascada por los años de docencia. 
Un mes más tarde me llegó por email la confirmación de mi ingreso. 

Me agradó reencontrarme con César, antiguo compañero de clase cuando chavales, y Tomás, otro del mismo cole pero algo mayor —no soy el más viejo, pensé—. También conocía a algunos más del sarao musical. 

Un año largo después, Tag Time está a punto de presentarse en sociedad. Será una primera toma de contacto con el público. The best is yet to come. The show must go on. Anda que no hay canciones con un título adecuado, ad hoc, que dirían los latinos.


domingo, 11 de noviembre de 2018

ESTOY FATAL DE LO MÍO


El miércoles pasado fui a ampliar —así se decía, creo— unas fotos que había hecho la semana pasada, la de los reencuentros: con las capitales vascongadas, con la sala donde se alojó mi última exposición de pintura, con Eva —treinta años más tarde– y algunos más que viven en la memoria remota y allí se quedarán hasta que se diluyan en el tiempo. Cuando me entregaron las copias, vine a hacer el signo del OK para luego separar los dedos pulgar e índice trazando una diagonal, por mejor ver los detalles. La encantadora mujer que me atendía —cambié de establecimiento tras el affaire aquél al lado de casa, cuando me afeaban mi poca o nula habilidad para llevarles el trabajo hecho, de lo que dejé constancia en este blog— abrió mucho los ojos. Me di cuenta pero ya era tarde para disimular.
—Demasiados aparatos electrónicos, ¿eh?
—Me temo que sí.
Salí de allí, y me senté en un banco frente al edificio de la universidad. Estuve mirando los retratos del saltamontes, excelente posando para mí, ni un gesto, ni un movimiento, como si lo hubiera contratado. Antes de cerrar la carpeta, toqué el papel por los bordes, entre los mismos dedos pero con distinta sensación. No se pueden comparar.





domingo, 21 de octubre de 2018

DIOS SE ENCARGA

Esta mañana asistí con mi esposa a misa de doce en la iglesia de Santiago Apóstol. Me sorprendió que no sonara el órgano, como es habitual en la misa mayor, y me pasó una idea por la cabeza. «Lo mismo D. Luis está malo». 
Mi sospecha se hizo cierta cuando el celebrante lo anunció al pedir por los enfermos: «D. Luis no ha podido venir a acompañarnos como cada domingo porque está ingresado». Esperé al final de la misa, aguantando las lágrimas y las ganas de subir al coro para tocar el órgano —cuando lo escucho me suena mucho a mí, o yo sueno mucho a Luis, por ser justos— y entré en la sacristía. 
—Buenos días, pater. Soy un exalumno del P. Cantalapiedra y quería saber qué le ocurre.
El hombre, ajeno, gracias a Dios, a la ley de protección de datos, me contó que Luis estaba en la unidad de enfermos coronarios.
—Un infarto. Le han practicado un cateterismo y aún le quedan más pruebas. 
—¿Está muy mal?
—Aún no le han pasado a planta —torció el gesto, y se me doblaron las piernas—. Gracias por interesarte.

De regreso a casa, le fui contando a mi mujer anécdotas de cuando era chico —aunque se las sabe todas— y cantaba o tocaba el bajo bajo —a ver quién arregla la cacofonía redundante— el mando de la batuta de Luis. A él y un poco a dos maestras, señoritas de EGB, les debo el descubrimiento de mi vocación primera —al uno que se apellida y es maestro como yo, pero en otros le parece poca cosa ser maestro y apellidarse González, le debo la de escribiente—. A mi tía Benita, la modista, también, porque entre sus clientas había una que conocía a una profesora de música, que fue la que aguantó mis bobadas de crío y adolescente, y mis devaneos con Sinatra cuando tocaba o había que tocar a Beethoven.

Escribo esto porque estoy triste —la tristeza es un motor de creatividad más eficaz que la lluvia— y más triste me parece que un  descubridor vocacional de vocaciones musicales como Luis Cantalapiedra esté enfermo, y más aún en la soledad de una cama de hospital. Quizá a los setenta y ocho años le haya llegado la hora de descansar en su domicilio, satisfecho por la cantidad de personas que  debemos no algo sino mucho o casi todo a su oído crítico. No es poco que a los once años alguien te diga convencido: búscate un profesor particular, porque la música es lo tuyo. Y aunque tardé en caer en la cuenta, tenía razón. Estoy seguro de que mis amigos David, Toñín, Nachos (varios), Mario, Alfonso, Raúl, Franciscos (otro par), Eduardo, y muchos de generaciones posteriores a los que no conocí, comparten mi tristeza. Por suerte, solo es un infarto. Nada me complacería más que posponer el D.E.P. para dentro de no menos de 20 años. Así sea. Dios se encarga. Los ángeles celestiales aún tienen repertorio de sobra. No tengáis prisa. Luis Cantalapiedra , D. Luis, sigue siendo de los nuestros, de aquellos a los que recuerda con nombre y apellidos, como cuando yo cumplía los 25 y él los 50 desde nuestro último curso de bachillerato, y me llamó por ni nombre compuesto y apellidos vulgares mientras me daba un abrazo, parecido al que nos hemos dado esta tarde en el hospital. 

¿QUÉ IBA YO A DECIR?

Cada vez me siento más como "Las chicas de oro", no unas deportistas españolas "originalmente" nombradas por algún redactor deportivo, sino las de la serie americana de TV. Una de ellas, la mayor, solía decir:
—Sicilia, 1927...
Y empezaba a rememorar.
(Fundido en negro).

—Madrid, 1990...
Andaba yo en ser azafato de IBERIA. Tras dos tentativas fallidas, a la tercera iba a ser la vencida. Había pasado los exámenes previos, con la suerte que suele acompañarme —¿a qué le suenan las palabras Dew (se les coló una falta, pero no impugné, por no significarme antes de tiempo) Jones, a lo que respondí que era el nombre de Indiana Jones (la bolsa me importaba lo mismo que ahora, orgulloso dueño de 7 acciones de Unicaja)— y estaba al borde de una piscina de 16 metros de largo por ninguno de fondo. El reto consistía en nadar cien metros escasos, o sea, seis largos, en menos de tres minutos. Ese día empecé a valorar a los que bajan de 50 segundos. Comencé la prueba nadando a estilo libre, crol, pero al primer volteo, que no fue tal sino apoyo en el borde, descanso para recuperar el resuello e impulso subacuático, cambié a braza. No llegué a la meta empapado en sudor, pero sí el último de mi serie. Esperé, mientras me secaba, a que terminasen todos mis compañeros. Mi tiempo, récord personal, fue de 2,40. Conseguí eludir el farolillo rojo gracias a que una chica salió de la piscina antes de completar los 96 metros. "Bueno, no he sido último" —pensé para mis adentros—. La mujer, vestida en un traje de baño verde, se excusó. 
—Me ha bajado la regla esta mañana.
—No te preocupes. La semana próxima te repetiremos la prueba.
Preferí no preguntar qué tiempo había hecho siete días después. Ventajista que es uno.

domingo, 14 de octubre de 2018

MÁS DEPORTE (ASUNTOS PENDIENTES DEL VERANO).

Al revisar mi cuaderno, he encontrado unos apuntes que tomé a finales del verano pasado. Son pocos —ya asomaba septiembre con su aviso previo de la depresión post-vacacional, y me quedaban las fuerzas justas, no sé para qué— pero creo que merecen la pena. 
Se celebraban los campeonatos europeos de natación y los de atletismo, y la "tele-de-todos" los anunciaba, en un hito sin precedentes, que yo sepa, como "European championships, Glasgow-Berlín". Sería por ahorrar en el título y no tener al pobre becario cambiando los rótulos a cada poco. Sensibilidad empresarial.
El locutor titular, acompañado de dos técnicos —un entrenador y un ex-atleta, ni rastro de un técnico de la RAE— narraba la transmisión, orlándola de perlas —nada de Majoricas—:

—...su segunda mejor marca de siempre, que le han valido...
—Comienza la final de los cuatrocientos estilos. (Aparte de crol, espalda, braza y mariposa, se me escapan los otros 396).
—Con estos 2,31 —era un saltador de altura—iguala su mejor marca, que era de 2,31. (Quizá hubiera milímetros de diferencia, pero no constan en acta).
—Nadie es profeta en su casa. (Quizá vivía en un ambiente aún más exigente que su tierra).
—El francés Metella (pronunciado Métela, Metela o Metelá. Por lo visto, al locutor le asaltaban su ascendencia española, argentina o francesa según las brazadas).

Y no cuento más.


domingo, 7 de octubre de 2018

SIN COMENTARIOS

Lanzado en pos de la gloria, leo las bases de algunos concursos.

"Las obras tienen que ser originales e inéditas, no haber sido premiadas anteriormente cabe otro concurso ni estar sujetos a ningún compromiso de edición. Tampoco pueden estar pendientes de la decisión en ninguno otro concurso en la fecha en que finalizó el plazo de presentación de éste ni pueden presentarse en otro certamen hasta la comunicación final de los premios concedidos por el jurado...".

Se me quitan las ganas. 

viernes, 28 de septiembre de 2018

PACO, MI PRIMO. D.E.P.

Quizá, o muy probablemente, no salga hoy un texto muy cuidado, pero no es día de estilo sino de contenido, pues la ocasión se presta más al palabrerío atropellado y las frases hechas que sirven para poco consuelo. Sin embargo, algo hay que decir y no me conformo con un pésame de compromiso, porque un miembro de mi familia merece de largo unas palabras. 
Paco, uno de mis primos madrileño-sevillanos, nos ha dejado esta mañana. Hace un par de años estuvo a punto de marchar, pero en el penúltimo instante sacó fuerzas y le hizo un regate a San Pedro, como dice José Luis, su hermano mayor. Se ganó un bienio de prórroga que aprovechó para poner en orden algunos asuntos pendientes. Esta vez no ha podido burlar al santo portero y ha abandonado las playas de Huelva para descansar en los mares de arriba. 
Unas familias permanecen juntas, en el mismo pueblo o ciudad; otras se van acomodando por el mundo. La mía por vía paterna se separó pronto en lo físico, cosas de la vida y sus oportunidades, aunque sin perder el contacto. Nos veíamos a mitad de camino entre Madrid y Valladolid, pasábamos el día juntos los dieciséis, doce primos con nuestros respectivos padres, y regresábamos cada familia en su SEAT 1500, blanco el del tío José Luis y verde el de papá. Aunque tenían modos muy distintos de ver la vida, compartían su afición por la música, la fotografía, o más bien por los cacharros para disfrutar de ellas, amén del mismo modelo de coche durante una temporada. 
Mi tío se mudó a Sevilla con su esposa, la tía Luisita —una murciana guapa, cariñosa y simpática, de risa fácil y contagiosa— y su prole, para intentar que los hispalenses bebieran Mahou en lugar de Cruzcampo, ardua tarea. Desde entonces nos vimos menos, pero nuestros encuentros siempre eran festivos. Mi padre y mi tío se llamaban "hermano" entre ellos, y mis primos anteponían el parentesco al nombre de pila.
—Oye, primo Roberto Ángel...
(Mi segundo nombre es casi un remoquete que suena a culebrón y nadie, excepto ellos, me llamaba así, pero lo aceptaba de buen grado, hasta me hacía gracia). 
De críos, José Luis y Paco vivieron con nosotros una temporada, mientras Miguel Ángel se reponía de un accidente. No recuerdo cómo nos repartimos las camas, pero pasamos de ser cinco hermanos a siete, y yo presumía de ellos en la plaza de Santa Cruz, donde solíamos ir a jugar por la tarde. Hay alguna foto que lo atestigua. El trato era tan de hijos que mis padres los trataban como a nosotros, daba lo mismo si tocaban besos o bronca: no había distingos. Un día, Paco se zampó catorce galletas con mantequilla y se puso malo, lo normal. La indigestión le valió una reprimenda de mi padre, parecida a la de cuando se echó cuatro cucharadas de nescafé en la leche, solo que en esta ocasión le pillaron con el bote en la mano, a tiempo de hacer que lo tirase por el fregadero. Paco se amoscó, pero la charla posterior de su tío Fernando —la misma estrategia que mi padre usaba con sus cinco hijos, "bronca-explicación didáctica"— le trajo de nuevo a su estado natural, que era cariñoso y de buen corazón. Creo recordar que una vez, a causa del juego, nos enfadamos y hasta nos sacudimos un par de empellones. —Yo tenía las de perder, porque Paco era un tiarrón—. Fue mi madre la que trajo la paz, que sellamos con un apretón de manos poco convincente, con la amenaza materna:
—Si no, se lo digo a papá. 
No hubo caso: al rato ya estábamos a lo nuestro, que era jugar como dos chavales de la misma edad, de la quinta del 65, con pocos meses de diferencia. 
Un mes de julio, en la piscina de Gerena, me salvó de una aguadilla traicionera. Un par de chicos del pueblo venían por la espalda a sumergirme la cabeza porque yo "hablaba muy fino". Paco se dio cuenta y, con sus manazas, les dio una dosis de la medicina que querían administrarme, en inmersión simultánea. Luego me relató la historieta entre carcajadas.
Los dos últimos veranos, después de su primer aviso, charlamos por teléfono. Él me hablaba, orgulloso, de su hijo; de sus días a la orilla del Atlántico; de los puros que se fumaba mientras pescaba de madrugada con banda sonora de olas —"es el paraíso, primo"—, y sacaba su retranca, una coña marinera con acento castizo algo —poco— pulido por el andaluz, y chascarrillos subidos de tono sobre sus escapadas a Portugal, que quedarán entre nosotros.
Hoy hace cuatro semanas que mi hermano y yo fuimos a verle. Ya estaba en el hospital, con su metro-noventa en la cama, y le costó reconocernos. Me confundió con un tal Luis, supongo que un amigo, y se me partió el alma. Luego, al despedirnos, dijo:
—Da muchos besos de mi parte a las primas y a la tía Cipri. Hasta pronto. 
Le llené la cara de besos, le atusé el pelo y salí de la habitación. Dejamos una cita pendiente de los primos en algún lugar indefinido de Extremadura, pero ya no podrá venir. No le quedaban fuerzas para el segundo regate, el que deseábamos de corazón aunque el corazón nos decía lo contrario. 
De camino a casa, mi hermano y yo casi no hablamos. Vine pensando en la última frase, la de su despedida. No he dejado de hacerlo. 

˝Querido Paco:
Claro que quiero reunirme contigo, con tu padre y el mío, con Jesús, que se fue sin poder despedirse, y con quienquiera que esté a la diestra de Dios, incluidos nuestros abuelos comunes, a los que no tuvimos la suerte de conocer. Y estoy seguro de que todos vosotros estáis bien cerca del Padre, porque así se lo he venido pidiendo a diario, mañana y noche, y sé que me ha escuchado. Pero entenderás, ya añorado primo, que en esta ocasión prefiera llevarte la contraria y no tenga prisa por encontrarnos. Seguro que sabrás perdonarme, porque los mosqueos te duraban poco. 
Te quiere mucho:
Tu primo Roberto Ángel.˝

domingo, 23 de septiembre de 2018

ÉRASE UNA VEZ... "COMILLAS AD HOC".

Cuando empecé a salir, o sea, alternar, o sea, trasnochar fuera de casa —mucho antes de hacerlo intramuros, secreto y tardío placer que llegó para quedarse— la llamada "fauna pucelana" vino a manifestarse. De bar en bar aparecían quienes se habían hecho un hueco perenne en la barra o la pista de baile. Los había "pijos" —antaño "peras", quizá por las Ray-Ban verdes, como verde el abrigo "loden" (trato de huir de las comillas, gracias a Paz, mi paciente editora de cabecera, pero en este caso las encuentro necesarias)— en mi hábitat presuntamente natural. Estaban los pijos con pedigree, los de verdad, los fetén, por mor de su apellido o ascendencia, y estábamos los advenedizos, especies importadas que comprábamos la misma ropa con pecuniario esfuerzo paterno-materno, cuando no a base de ahorros ganados en clases particulares o trabajillos de todo a cien antes de los "todo a cien". "Cuanto más trabajo, menos pijo soy". Así era, sigue siendo —atajos mediante— la crueldad clasista. 
En "El desván" tenían sitio fijo Manolo y dos amigos, a los que no pongo apellidos, pese a saberlos, por si se ofenden o abjuran de su pasado. Cholo casi era parte de la decoración —se movía poco más— y se encargaba de las relaciones públicas, un secreto cargo privado que encerraba secretos públicos—un adelantado el tal Cholo, ahora que lo pienso, sería por sus cristales de aumento. 
—Ponme un Juanito Caminante con cocacola— pedía con voz más de aguardiente que de whisky. Y Jaime, el pincha, pinchaba de lo suyo, que era lo nuestro. Y entre canción y canción, "tema" y "tema", pinchaba si le dejaban, que era mucho pinchar, gracias a su nariz, olfato es poco.
Abro paréntesis sin abrirlos, (...), pedazo de transgresor literario soy: Alfonso, mi jefe y, sin embargo, amigo, hogaño rara avis —por ahora, porque en cuanto me despierte midiendo 2.15 o mis amigos culturistas respondan a mis guasaps le meto un meneo, advertido está—,  andaba en pañales o rapiñando palmeras de chocolate en la panadería de sus abuelos Matías y Tere, cuando yo me llegaba en semáforo o destornillador. Me pilló en gin-tonic o whisky con ginger ale. Cholo seguía allí, como el dinosaurio de Monterroso, pero menos extinto, aunque en proceso, y más evidente. 
(Eli...psis narrativa).
Eli, la eléctrica, era un tío con abanico. Bailaba con dos amigos, -as, guapos y provocadores. Más fauna, anterior a Locomía, "abanico, locomía, shuquebari" y otros palabros. 
Años más tarde, yo trabajaba —es un decir– en el Corte Inglés. Vino a comprar un algo —"¿puedo ayudarle?— y charlamos largamente. Había tardes para el ocio, pese a la presión. 
Ayer falleció la Eli. (Asunto de maricones, —Reverte se autocensuró esta misma palabra la semana pasada, él y sus cosas-miedos, ¿quién lo iba a decir?, que es "tengo millones de lectores de diferente pelo, por si acaso se me caen de la lista"—). Sólo su agresor-homicida —se le fue la mano, vete a saber, a juzgar— y Eli saben qué pasó. Los demás sólo podemos lamentar que se fuera un tío gracioso, machote por echarle los cojones-"ovarios que no tengo" a lo suyo. Me pareció buena gente. Aquella tarde, en el  Corte, sólo era un cliente simpático. Creo que le di dos besos al despedirse. Joder, ¿me estaré volviendo maricón?
PS.- Ni ganas tengo de corregirme. Otros lo hacen y luego la siguen liando. A tomar por culo. 

LA ADELANTADA DE SALAMANCA

Mi buena amiga Carmen, que es mucha mujer y muy mujer —parafraseando a un registrador de la propiedad— me pregunta los motivos por los que hace semanas —domingos— (no domingas) que no escribo en mi blog, o sea, aquí. Y para una persona que se interesa, qué menos que dedicarle la entrada de hoy. 
Lo cierto, dentro de la duda que le acompaña a uno con permanencia mayor que a la que obligan las compañías telefónicas, es que andaba ocupado en (preocupado por) otros escritos. La culpa es de quienes, como ella, alaban mi pluma —allá ellos y sus gustos— y me hacen pensar en otras metas.  
Escribir después de la comida dominical no deja de ser un ejercicio autoimpuesto, por no perder la costumbre, de disciplina mínima. Trabajar con niños le baja a uno el listón del lenguaje, reduciéndolo a lo útil, sin adornos que distraigan la obligación de hacerse entender. La escritura en el plano literario se sitúa justo del otro lado: el ornamento es obligatorio, en diferente medida según el estilo de cada quién. 
Desde el mes de mayo me apliqué a la tarea —la gratitud o ingratitud depende de las miras, que para algunos son el premio, la lisonja o la edición— de escribir sin darme tregua, ni en lo temporal ni en lo formal. Un texto de cinco páginas requiere, en mi caso de amateur, de varias revisiones al día. Ignoro cómo trabajan los profesionales y daría gustoso una caja de botellas de vino a quien me dejara observarlo, -le, -la mientras curra en una novela de verdad, no un best-seller, que suelen ser cosas distintas. Como no creo que esto suceda, sigo con mi método de "ensayo-error" —más lo segundo que lo primero—. 
Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y si malo, pues menos malo. 
PS.- Cuando unas fotos gansas del autor en modo "catador" obtienen más "megustas" que un puñado de párrafos es que algo hacemos mal. O hago.

DE TODO UN POCO, MALDITOS NERVIOS.

Uno trata de hacer las cosas de la mejor manera posible, lo cual no es garantía de éxito. Si además hay que someter el esfuerzo a la opinión pública la cosa se pone peliaguda. Tal es el caso que me ocupa las tripas estos días: un concierto del Cuarteto Muzikanten, feliz invento pese a las dificultades que entraña poner de acuerdo a cuatro personas y luego a unas pocas docenas si hay suerte. 
Si el asunto sale bien, lo fácil es sacar pecho. Si mal, se busca un culpable ajeno a los cuatro. Partiendo de la presunción de inocencia, algo tan poco frecuente en estos tiempos, cada implicado en un concierto, digo yo, intentará hacer su trabajo de la forma más profesional que sepa, o más aficionada, lo que no resta esfuerzo. 
Esgrimir un "lo hemos hecho lo mejor que sabemos" viene a ser una pobre y autocomplaciente excusa. Cuando te pagan por un trabajo hay que entregarlo en tiempo y forma. Y si no sale bien se hace un descuento, ese que pedimos en el restaurante o el hotel previa amenaza de "si no, aténgase a las consecuencias", que suelen ser la publicación de un comentario negativo en las redes y el boca a boca, y tiro porque me toca. Antes nos valía con lo segundo, pero lo primero facilita la expresión del cabreo.

Este TDHA o TDAH no detectado a tiempo me trae por la calle de la amargura que, tampoco hay que exagerar, no llega a drama. Los nervios se llevan peor en vacaciones.

martes, 14 de agosto de 2018

D. PEDRO AIZPURÚA, IN MEMORIAM

Sería socorrido empezar diciendo que fuimos muy amigos o era tan bueno, socorrido y falso. D. Pedro se ganó su don a base de amabilidad con los alumnos del conservatorio y los críos que íbamos por libre a examinarnos en la calle Dos de Mayo y luego al edificio cercano al hospital clínico, jugándonos el curso a una carta. Había otros dones: D. Jaime Catalá, el profesor de guitarra (y ahora mi vecino), D. Benigno Prego, y otro D. Pedro, Zuloaga, el pianista que hacía dúo con Frechilla, que quizá lo era a secas por su carácter ganso. También estaban la Porres, la Guerras (consulten el DRAE quienes/quienas crean que el artículo femenino singular implica desprecio, nada más lejos) y otras mujeres, sin olvidar a Pepita, la bedel cuando no había bedelas, que nos acomodaba en las aulas en las que era difícil acomodarse y nos devolvía como pastora de corderos si osábamos estirar las piernas en los pasillos buscando el cobijo y últimas instrucciones de nuestra profesora. 
Aunque Aizpurúa (sé que en euskara —a propósito lo escribo— no hay tildes, pero en Valladolid le castellanizamos el apellido) podía examinarte de cualquier asignatura, siempre presidía los tribunales de Conjunto Coral, cosa que recordaba nada más sentarte, con su media voz de cura de incógnito:
—Esto no es solfeo: esto es coral.
Acto seguido nos adoctrinaba sobre cómo coger la partitura para mirarla y poderle mirar al tiempo. Jamás ponía mala cara ante una equivocación y nunca tenía reparos en decir da capo, por favor
Yo nací cantarín pero poco estudioso. Mis dos sobresalientes en coral vinieron más por mi contribución al cuarteto como contralto que por mis conocimientos de la teoría. Ya se había encargado Cantalapiedra, D. Luis, de hacerme perder el miedo en el coro del colegio. Más por intuición que por sapiencia, el Morito pititón y otras obras con arreglos del propio Aizpurúa sonaron afinadas. Pese a mis lapsus sobre autores, me dio la máxima nota. La de segundo supuso además el premio de una guitarra que me había apostado con mi padre en una tarde aburrida de pesca en las ventas de Geria. Me sugirió que estudiase canto, cosa que no hice y aún me arrepiento. 

Una tarde, Cantalapiedra nos llevó a Eduardo, Nacho, March y a mí, cantores del coro colegial, —del que salieron varias generaciones de músicos gracias a su paciencia ilimitada, larga sería la lista, aunque recuerdo a Nacho Castro, Francisco Lara, Nacho Martín, Eduardo del Campo, Mario Garrote, Alfonso Gato, Toño Campomanes, David de la Plaza, Nacho Zamora, y otros que prefirieron convertirse en cirujanos, ingenieros o arquitectos, sin contar, porque no me da la gana, a alguno que ni es músico ni lo será por más años que viva dándole a la batuta o al piano— a un ensayo de Frechilla y Zuloaga en casa del primero. Nos recibieron adelantando el programa, con el remate de una obra contemporánea para no todos los públicos. A punto de atacar la última obra, que prometía forzar nuestros oídos, sonó el timbre. Entró Aizpurúa y se sentó:
—En atención a D. Pedro— anunció Frechilla, ceremonioso —interpretaremos 2FZ.
2FZ era una obra moderna, muy moderna, dieciséis compases de golpes en el centro del piano (puede que un múltiplo) y otros tantos en los extremos, que Aizpurúa había compuesto para sus amigos y compañeros del conservatorio, Frechilla y Zuloaga. Su director-compositor-amigo asistió al ensayo sin pestañear. Antes de irse charló con nosotros, nos invitó a perseverar en el estudio de la música y se fue dando las gracias a F y Z. Tras otra charla informal de despedida, en la que alabaron la humanidad de su director, así como su visión de adelantado, D. Pedro y D. Miguel nos acompañaron a la puerta. Justo antes de cerrar, llegó el estrambote:
—Os habéis librado de la obra de Fulano de Tal (no recuerdo quién pero me viene Poulenc)— dijo Zuloaga.
—Pero la de Aizpurúa— apostilló Frechilla —no es moco de pavo.

viernes, 10 de agosto de 2018

MÁS PLACERES ESCONDIDOS

                              (con permiso expreso de Beatriz, que conste)

Ayer, por las prisas, me quedé a medias. Podría pensarse que mi texto obedecía a secretas intenciones publicitarias, las buenas con nombre y las malas, como acostumbro, sin señalar con el dedo, que para eso ya están las redes socio-comerciales. Ahora que tengo un rato antes de reunirme con los dos caminantes para cenar trataré de rematar el asunto. 
La calma de ser un simple chófer me permite disfrutar de la ruta jacobea sin peso en las piernas, excepto el mínimo de acelerar y frenar en el coche. Como no me apretaban el hambre ni la sed mis opiniones negativas no obedecen a cabreo alguno así como tampoco las positivas tienen que ver con preferencias de ningún tipo basadas en hechos subjetivos, aunque los cuente yo.
El camino de Santiago es una bonita forma de disfrutar del paisaje, ya sea castellano o gallego por la ruta francesa, la gastronomía y, sobre todo, la amabilidad de quienes dan cobijo a los peregrinos. Hay negocio, es indudable, pero cada uno lo atiende como cree conveniente. Algunos rozan la excelencia y a estos dedico el post.
En Portomarín hay un alojamiento limpio, bien cuidado, amplio, cuyas gestoras, Pili y Marta, bellas hermanas, son un prodigio de amabilidad. Pili nos atendió el año pasado y este vino Marta, una morena y una rubia, como canta la zarzuela. Después de pernoctar llamé a esta última para hacerle constar un mínimo contratiempo con el único afán de ayudarla a mejorar, sin comentarios en la red ni contraprestaciones económicas, que la cosa no era para tanto. Pocas veces es para tanto pero la gente suele ponerse nerviosa y exigente, y ya decía mi padre que se cazan más moscas con miel que con hiel. Sería largo relatar todo lo que Marta hizo por mejorar la estancia de los siguientes inquilinos en "La casa de Manuel". Lo cierto es que hasta nuestro regreso estuvo en contacto con nosotros y tomamos un café en Lugo para despedirnos. No necesitó sus piedras de chocolate de regalo para ganarse el crédito que ya tenía merecido desde mucho antes. 
En O Pedrouzo, o Pedrouzo a secas, que no sé bien, nos atendió Sol, que es un sol de la tierra de la plata, en la pensión Platas (perdón por la chusca licencia poética, pero no he podido resistirme). La argentina recepcionista destila gracia y merece un aumento de sueldo. Pregunté por Beatriz, su compañera, pero libraba el domingo. Aunque fuera brevemente la pude ver el lunes, apenas unos minutos para disfrutar de su simpatía y memoria fotográfica: se acordaba de mí, uno más de los cientos de clientes. 
Un rato después estaba comiendo en "O escondido", lugar obligatorio para disfrutar de una comida sobresaliente, como dejé anotado ayer. 
A Marta, Sol, Beatriz, Yolanda y su hijo (un mal comentario entre quince de cinco estrellas, aludiendo a la presencia de moscas, que no atienden al "reservado el derecho de admisión" me parece una indignidad propia de algún tiquismiquis relamido o directamente gilipollas que probablemente no tenga, yo tampoco, pasta suficiente para viajar en primera clase siguiendo la guía Michelín): gracias. 

jueves, 9 de agosto de 2018

O ESCONDIDO DO CAMIÑO.


Harto de pulpo a precio de chapado en oro, cuestión de mercado, —es mejor poner menos al mismo precio que una ración normal, que si no nos lo comemos nosotros, contestó una encantadora camarera en Portomarín— buscaba en O Pedrouzo un lugar donde probar algo distinto. Los caminantes a los que servía de coche escoba, si bien nunca tuve que recogerlos, que son bien mozos y saben dónde y por qué paran, se tomaban su tiempo y sus chupitos para culminar la etapa. Me mantenían informado de su paradero, incluso cuando estaba aún dormido, con un exceso de celo que me chafaba el descanso. Hay en este tramo un punto estratégico, al que llaman "La casa verde", que suele demorar a los andarines menos fieles o deportistas, gracias a los conxuros apócrifos inventados por la dueña, trufados de connotaciones sexuales, y sus consiguientes elixires ad hoc, que rompen las pocas barreras que quedan después de las frases de rigor entre peregrinos, que cómo vas, que buen camino —ultreia ya se usa poco, ahora van más de "buen camino, o sea, en plan buen camino"—, que hay que hidratarse y en eso estamos...
Pregunté por un sitio en el que comer tranquilo y tuve la suerte de cara, porque me recomendaron un sitio en la cara B, que suele ser la mía. La A viene a ser la margen izquierda —sin connotaciones políticas (1)—, terrazas con sombrillas y andarines con chanclas, vendajes, musleras, rodilleras y tobilleras. Parece que se entra por ese lado en el pueblo y a la gente le cuesta cruzar, —véase (1). Como yo no peregrino, quiero decir en la ruta jacobea, aún me quedaban fuerzas para buscar un paso de cebra. Pese a la ayuda de mi GPS, hoy no se entiende el viaje sin cacharro electrónico —¿cómo se las apañaban nuestros padres para llevarnos de viaje en un SEAT o RENAULT cuyo mayor extra era que cabíamos cinco?— me costó cinco minutos dar con el local. Para mayor alegría propia, no de la propietaria, estaba vacío. 
—¿Puedo comer?— pregunté, por si hubiera cerrado.
—Claro, y escoger mesa —vino a responder la dueña, una mujer encantadora que hablaba bajito, como a mí me gusta.
Entre los dos decidimos que la terraza sería la ubicación idónea mientras no avanzase el sol, y si lo hacía me cambiaría al interior.
Pedí ratatouille, que no es rata sino verduras, como un pisto pero al dente, y hamburguesa de buey macho y manso —ya se sabe cómo se amansa a un toro por la vía quirúrgica—, nada de vaca vieja. Canónigos, cebolla frita y beicon crujiente, queso ahumado y tomate fino eran el colchón. Cerveza, vino blanco para el primero y tinto para el segundo. De postre un pudding recién hecho de croissant con chocolate a la taza. 
Llegaron los dos del camino más una peregrina pescada al vuelo errático de su divorcio, los tres más espirituosos que espirituales, y se sumaron al segundo plato. Nos invitó la casa a otro postre, con  infusión y más chupitos, por si eran pocos, todo a precio de menú o medio menú. A veces hay que investigar un poco, sólo un poco, para encontrar lo escondido, O escondido en gallego. Feliz hallazgo. Y si no, a darle al pulpo "según mercado" que flota y no choca en aceite sobre pequeña balsa de madera. 
—Es parte del camino —dicen algunos, mientras escriben en la solicitud de la compostela "motivos: otros". O sea, en plan otros, te  lo juro.

lunes, 30 de julio de 2018

PERLAS


De un tiempo a esta parte empecé a oír la palabra "procrastinar", que se ha hecho frecuente. Imagino que alguien la rescató del cajón no hace mucho, como le pasa a "implementar", que se ha apoderado del lenguaje tecnócrata y progre. Al menos es mejor repescar en el diccionario que inventar palabros.

Vaguear era el término que solía escuchar de pequeño cuando me daba por tumbarme en el sillón dejando los deberes para más tarde. Los meses de verano eran idóneos para semejante actividad inactiva y lo siguen siendo. Lo malo, en mi caso, es que no acabo de concentrarme en no hacer nada y me llama la atención el vuelo de una mosca, que en vacaciones se ponen pesadísimas.

Pues bien. Andaba yo, sin andar, procrastinando, aunque quizá no sea el término exacto porque no tenía asuntos pendientes ni de mínima urgencia, echado en el sofá con la tele puesta. Emitían los campeonatos de atletismo desde Getafe, aunque a la hora que los pasaron por TV los atetas ya llevarían horas en la cama. La transmisión se retrasó porque el voley playa, el balonmano playa y algún deporte autóctono tenían preferencia. Aguanté hasta las once y media y, pese a que ya conocía los resultados de algunas pruebas, mi paciencia tuvo premio, no por la emoción, que me había cargado consultando en la web de la federación de atletismo, sino por las perlas del locutor. Paso a relatarlas sin quitar ni poner una burrada, que no las necesito en esta ocasión para adornar el cuento.

—"Corre como si andara". También podría haber andado como si corruviera o correriese, —que son palabras sinagogas—.
—"El segundo mejor del ranking mundial del mundo". Yo una vez batí el record mundial de mi casa corriendo solo por el pasillo, pero no me lo homologaron.
—"La atleta Menganita de Tal, todavía mujer con edad de 17 años". No explicó si pensaba reasignar su sexo cuando alcanzara la mayoría de edad.
—"El atleta Fulano de Cual, natural de Busgo de Orma". Le faltó añadir que de la provincia de Rosia.
—"Ha irrumpido como un pulpo en una cacharrería". Me imagino el destrozo a la velocidad de un pulpo, mes y medio rompiendo cacharros. También me entraron ganas de cenar elefante a la gallega, que siempre guardo una pata en el congelador.
—"Corriendo como una insolación". Quizá se refiriese a lo que corre un insolado hacia la casa de socorro.
—"Ella es mister sonrisa". Supongo que esta ya habría reasignado su sexo.

La semana próxima comienzan los europeos de atletismo. Imagino que habrá más perlas por pescar. Ahí estaré, atento en mi procrastinación, si es que el locutor no ha implementado en estos días su dominio del lenguaje.

domingo, 15 de julio de 2018

LA BURBUJA



Andaba, más bien cojeaba por culpa de una metatarsitis —palabra recién aprendida a la fuerza, o a fuerza de cojear— por la playa de Foxos, huyendo del paseo saludable por la orilla que me recuerda mi condición de preprejubilado. Subí la cuestecilla a velocidad de crucero, que no sé si es lo que quiero decir pero queda bien. Recordé la bronca del año anterior cuando, según los operarios, me había colado en las excavaciones. No había rastro de maquinaria ni restauradores del patrimonio, como tampoco señales que me impidieran deambular libremente. Algún estudioso se ha encargado de inventar un camino de Santiago, mira que el santo matamoros iba y venía, que ya son ganas, y ahora también pasa por allí. Leí los cartelones explicativos metacrilatados —no acristalados— en gallego, inglés y castellano, prestando atención como sin prestarla a los comentarios de los peregrinos, paseantes, o simples esperadores de su hora en el chiringuito, como yo mismo. Lo mejor no tardó en llegar.
—Mira que avanzan poco. Y ni un currante.
—(¿¿¿¿¿¿¿???????)
—El año pasado estuve aquí y la cosa estaba más o menos igual que ahora. ¿Cuándo piensan terminar la obra?
Yo, que soy un simple aficionado a la arquitectura o a los edificios y a mirarlos directamente y a través de la cámara, móvil en este caso, al fifty-fifty, no pude resistirme al cotilleo, por lo que estuviera por llegar. 
—Si sólo han levantado dos filas de piedras no sé cuándo coño piensan acabar. Mira, Concha.
Concha se acercó y yo con ella, pidiendo permiso. El hombre le, nos mostraba las fotos del verano anterior, saltando de esas a otras más antiguas. Cierto era que la cosa había crecido apenas cuatro filas, no había duda. Y por si la había, apuntaba con el dedo y contaba para comparar los avances.
—¿En esto se gastan nuestros impuestos?— sentenció el tío sin disimular su enfado.
Un rato después coincidimos en el chiringuito, "paella para tres, que somos cuatro y esto es Galicia, ya se sabe, que como en el norte no se come en ningún sitio" —dijo—.
—¿De qué te ríes, papá? —preguntó mi hija.
Me salvó que no me gusta hablar con la boca llena.

Y me quedé pensando en buscar la inmobiliaria que se encarga de la obra. Con suerte, cuando sea un jubilado de verdad, con sesenta y cinco bien cumplidos, podré comprar un loft celta con vistas al mar, a poco que se esmeren los del patrimonio gallego y cumplan los plazos de entrega, que no sé yo, al paso que va la burra...

domingo, 27 de mayo de 2018

MISCELÁNEA DOMINICAL, CAPÍTULO NOSECUANTOS. VA DE EDUCACIÓN.

Lo bueno de escribir sin presión es que uno lo hace cuando quiere y de lo que le da la gana. Como tengo menos seguidores que el hombre invisible en instragram, mis conversaciones conmigo mismo apenas superan el nivel de anonimato que una charla de bar a horas intempestivas. Tengo la piel demasiado fina para escribir esperando respuestas airadas, que de las otras no suele haber. 
Acabo de leer esta mañana que algún grupo quería eliminar a Villar Palasí de la memoria histórica por mor de la implacable ley de la memoria histórica. No tuve el gusto de conocer a este señor, del que se cuentan maravillas, excepto el hecho de que fue ministro antes de 1975, por lo que no hará falta que explique para quién trabajaba. 
Cuando ingresé en la orden de los jesuitas como alumno, allá por 1971 —dC, se entiende— pasé de ser uno de los tontos oficiales de la clase de párvulos a uno de los listos de la de primero de EGB. Juro que no estuve todo aquel verano rellenando cuadernos de "Vacaciones Santillana", puede que porque Polanco aún no había empezado a rentabilizar —o eso dicen— sus contactos, más bien filtraciones de amigo en el gobierno. La única diferencia palpable que recuerdo es que de ser aplastado por el rodillo en forma de mano  de una monja de antaño pasé a ser tratado, con un cariño que no creía posible, por una "señorita" —como las tratábamos entonces— en quien los jesuitas, unos modernos chapados a la antigua o antiguos chapados a la moderna, habían delegado para formar y educar a los chavales, no diré chavalas porque mi colegio era segregacionista, como lo eran muchos de la escuela pública, por lo que no había rasgamiento de vestiduras o rasgadura de vestimentas. Mary Carmen, de la que he escrito varias veces, nos hacía memorizar fichas sin sentarse a nuestro lado, nos castigaba si era menester, que a veces lo era, y sobre todo nos quería. Y hasta de vez en cuando nos daba un beso maternal y nada sexualmente sospechoso para premiar nuestro esfuerzo.
Ahora sale lo de Villar Palasí, un ministro de educación que dicen que hablaba quince idiomas extranjeros, tenía dos carreras y se enfrentó al jefe supremo con sus teorías y posterior práctica de la actualización educativa, incluyendo el estudio obligatorio de las lenguas vernáculas propias de cada región, hoy idiomas. Por lo visto, el error que le condenará a desaparecer de la historia de España fue nacer cuando lo hizo, algo no achacable a su voluntad, supongo. Que fuera una persona formada, instruida y comprometida hasta el riesgo no sirve en su descargo. 
Cuatro horas contadas le quedan a Caín para desaparecer del Génesis, a Tchaikovski de la historia de la música, y a un pelotón de señores y señoras que por ser de color rojo o azul —esto va por temporadas, como el alquiler de apartamentos—, golfetes o mujeriegos —¿golfetas u hombreriegas?— se les negará la calidad artística o profesional de la rama que sea. 
Yo sólo hablo de lo bueno. De lo malo ya se encargan otros.
Pd.- La miscelánea, para otro domingo. También tengo mis contradicciones, pero no le cuestan dinero a nadie. Soy free lance a tiempo completo. Eso me salva, por ahora.

lunes, 14 de mayo de 2018

SINGING IN THE RAIN, PISANDO CHARCOS.


Cuando me ducho en sábado y domingo —de lunes a viernes es demasiado temprano— suelo cantar. La oculta desnudez y la intimidad de no saberme escuchado ayudan a sacar la voz sin miedo, con el beneficio de la reverberación efecto ducha, que para sí la quisiera Montaya Armero, autotúner mediante.
—No sabía que fueras cantante —dijo una vez, en el ascensor, la vecina de abajo.
—Yo tampoco —respondí sorprendido y avergonzado, pero tampoco mucho.

Lo bueno de escribir en mi blog es que puedo decir lo que me da la gana porque sé que poca gente lo lee. Sólo en un par de ocasiones algún desconocido me criticó —más bien frívola y tontamente, y así le fue—. El resto de las veces navego con viento de cola, al que ayuda mi autocensura necesaria. Escribo cuando me apetece, sin obligaciones impuestas desde fuera, y cuento lo que quiero. 

Rechacé las invitaciones a twitter porque me conozco, y "nosecuantos" limitados caracteres e ilimitados whiskies mezclados  con caracteres me ocasionarían más dolor de cabeza que sólo el whisky, que ya saca lo mejor y peor de mis tripas, en sentidos literario y literal. 

Anoche releí, como es costumbre, mi última entrada y me pareció, una vez más, tibia o acaramelada aunque con poco azúcar, que cada vez me queda menos. Me propongo remediarlo o explicarlo sin que me hayan pedido explicaciones ni remedios. Allá voy a tumba abierta hasta el amanecer.

No me acostumbro a Madrid porque voy poco, gracias a Dios, y cuando iba más me cagaba de miedo, cosa que uno de mis escasos lectores suscribe y comparte —pese a su metro noventa de estatura y sus cien kilos restados a base de manzanas y más manzanas, será por Manzanas—. No me siento cómodo en ciudades cuyo mapa no domino como un taxista, o sea, "pucelaporlospelos" y acaso ninguna más. 

Que la gente se obstine, empeñe —muy literalmente— en enviar selfies con Madrid al fondo sin que aparezca el fondo —y vi varios, cotilla que es uno— viene a ser como usar el "chroma" sin proyectar nada detrás, aunque sólo sea la excusa para que tus amistades den al "me molas estés donde estés". 

Alguno dirá que hago lo que critico. De algún modo tendrá razón. Cuento mis vivencias y las comparto. Yo lo veo de otro modo, pero ellos no. ¿Por qué vas a tener razón tú y no yo? Pues eso.

Machismo y feminismo no son lo mismo a la inversa (más "ismos" y "cacofonismos", que son cacofonías). Es fácil documentarse. Me preocupa que lo hagan a lo Disney, y que su padre bobalicón asienta complacido. 
—Mi hija lee mucho.
—La mía lee bien y bueno.
—¿Por qué vas a tener razón tú y no yo?
—Porque leí bien y bueno gracias a mi padre.

Me da por la puerta de la cocina lo del "postureo", cuyo sinónimo no aparece en el DRAE. Pasear por Madrid con cara de "hola, estoy paseando por Madrid (o Disneylandia o las exclusivas-atestadas playas de Cádiz, que lo flipas, alucinas, LOL) y quería contártelo para que me adores y envidies aunque probablemente tú también estés haciendo lo mismo, para eso somos amigos, "quid pro quo", no sé que se dice "do ut des" porque la enciclopedia que llevo en este pedazo de móvil la uso para instagram, feisbu y twitter, el buscador de restaurantes guays y otras chorradas enviadiables" me parece un chiste peor que los de "iban un inglés, un francés y un español... o los de Jaimito". Una jaimitada, vaya.

domingo, 13 de mayo de 2018

MADRID: ARTE, FEMINISMO, NEELEY Y ROCK AND ROLL.


—¿Sabéis que viene Ted Neeley a Madrid? —preguntó David en un alto del ensayo del Cuarteto Muzikanten.
—¿A qué? Pensaba que estaría jubilado.
—¡Jesucristo Superstar!
Esa misma noche saqué dos entradas.

Madrid, esa ciudad a la que nunca acabo de acostumbrarme, tiene encantos para no aburrir aunque las piernas se empeñen en decir lo contrario. Muy por encima del ambiente postmoderno, puro marketing y postureo de selfies para compartir —eso sí que me aburre—, lo mejor de la capital se encuentra mirando del horizonte hacia arriba —a excepción de La Almudena, que al lado de la media catedral de Valladolid se queda en construcción de EXÍN castillos del número 2, si bien lo peor son los frescos del ábside, ejecutados en su sentido amplio por Kiko Argüello, "pintor católico" promotor inconsciente de la apostasía artística—. 
Íbamos paseando después de comer, con margen de sobra hasta la cita de las seis con Neeley Superstar, motivo del viaje. David, un tío pausado que transmite calma y se mueve a cámara lenta, me guiaba por las calles del centro comentándome detalles sobre tiendas antiguas de discos, música, y los monumentos que íbamos encontrando. Pese a ser licenciado en historia y/o musicólogo, lejos del afán por mostrar sus conocimientos los dejaba caer entre anécdotas personales de sus viajes al foro. Me sorprendió tanto que casi estuve callado, lo cual no deja de tener un mérito enorme para quien lo consigue.
Delante del palacio real, una mujer guapísima se hacía una autofoto sin palo en la que sólo salía ella, y al palacio que le den —lo reconozco, me pudo la curiosidad y eché un vistazo furtivo y malintencionado a su móvil—. Tras el paseo cultural y sosegado,  casi ajenos al bullicio, "ennosmismados", nos regalamos una hora en la tienda francesa de nombre impronunciable donde compramos un libro cada uno: él sobre Pink Floyd o algo que se le parecía, y yo de P.G. Wodehouse, al que tenía ganas —las obras completas que compró mi padre están impresas en papel biblia con una letra enana e incómoda—. Tres crías adolescentes me precedían en la cola de la caja con un ejemplar de "Pequeñas feministas" y la satisfacción de quien acaba de adquirir una edición facsímil de la Vulgata; mientras David pagaba, una niña me pidió que le enseñase la ilustración que venía en las bolsas de a diez céntimos.
—Mira, papá, es de Menganitta Revanchista... ¡Es feminista!
Su padre sonrió complacido. A mí me da un poco de pena que en busca de la igualdad las niñas se olviden de Carmen Laforet o Emilia Pardo Bazán. Por lo visto, sólo importa el fondo —poco profundo por lo que he investigado— y se olvida la forma, esa bobada que tiene que ver con la literatura y el arte, creo. 

Luego llegó el éxtasis con la aparición en escena de Ted, y con ella la transformación milagrosa de David. Punteó los solos de guitarra en el aire como un chiflado del Guitar Hero, cantó los comienzos de cada canción y aplaudió los finales. 
—Si lo sé te pido que me cantes la obra en casa y nos habíamos ahorrado el viaje— dije en voz baja.
Superstar nos pareció un concierto de rock más que un musical, con un cantante estrella que tuvo y bastante retiene a sus setenta y cuatro años. No es poco.
Las dos horas de regreso dieron para más charla en modo "abuelo cebolleta": recuerdos del colegio en el que compartimos instrumentos; del profesor que nos metió el veneno benéfico de la música, del que no pensamos curarnos; de lo que pudimos haber sido y no fuimos por vagos...
Y tanto nos gusta hablar de música —y de muchas más cosas, no es cuestión de revelar la conversación entera— que ni siquiera encendimos el cacharro de los cedés. Dejé a David en su casa y me congratulé del hallazgo porque, aunque le conozco desde hace veinte años, ayer le conocí un poco más. Por eso le perdono lo de la canción que me quiso colar como definitiva confundiendo a nuestro batería local de referencia con la caja de ritmos de su estudio y haciéndome de paso creer sordo.

Pd.- El libro feminista citado y el nombre de la ilustradora feminista no son reales. Los nombres de Emilia Pardo Bazán y Carmen Laforet sí, aunque mucho me temo que a las adolescentes feministas que me precedían en la caja les sonarán a chino.

domingo, 6 de mayo de 2018

ESE TORITO...


Lo llamé con un mugido que debió de salirme convincente, porque vino hacia mí y me devolvió el saludo, el suyo más profundo, como de toro triste. Sacó la cabeza lentamente por encima de la valla. Pese a mi ascendencia torera, di medio paso atrás. El pobre animal se sentiría, creo, rechazado y reculó agachando la cabeza. Miraba con ojos bovinos, y me pareció que lloraba. Casi sin pensarlo le acaricié la testuz, de un terciopelo salvaje y el color rojizo de las tierras africanas. Y volvió a llorar. 
Ankole-Watusi dice la wikipedia que se llama su raza. 
La psicóloga de mi colegio se reía cuando le conté la historia de las lágrimas. Ahora que flirtea con el psicoanálisis sugirió que me lo hiciera mirar. Con lo fácil que es interpretarlo: un toro triste llora, coño, y a mí me impresionan las lágrimas.
Y no, no llevaba botines. Descalzo sí iba. Como en su añorada África, supongo.

lunes, 30 de abril de 2018

FEISBU, QUE ERES MU TONTO.

Dice FB —en mi muro o en otro, que aún no controlo este tinglado, ni falta que me hace o "falta que me importa", Onrubia, mine forever, allá cada muro con sus lamentaciones— que hace siete años que J.C. (no Jesucristo) y yo somos amigos. Por suerte el feisbu no es tan listo ni controla más que yo para saber que habla-escribe de una indeleble amistad de cincuenta años sin conocimiento de causa, efecto o la madre que lo parió, mal que le pese al muy algorítmico, que me paso tu algoritmo por el sitio de mi recreo. Y es que hay que tener mucha escuela, datos, información –info en lenguaje postmoderno— o huevos para darse por enterado de que J.C. y yo somos hermanos, no de sangre, sino de sudor y lágrimas —más bien pocos y pocas pero necesarios y necesarias (me cago en la leche en este instantáneo instante genérico-sexual) en determinados momentos— y la humanidad entera y quasi verdadera no tiene ni puta idea de lo que a J.C. y a mí nos une desde que nos conocimos cuando los dinosaurios dominaban las calles, o los grises, las grisas y les grisos. J.C. me hizo comer salchichas —venga, a sacar conclusiones homófilas—, en la hamburguesería mítica de San Luis, zona rojeras—y ya no queda  casi nadie de los de antes, Celtas Cortos dixit (en plural latino, que se me ha olvidado pero lo supe)— que me enseñó a comer sin prejuicio y mancharme los zapatos de catsup (hoy ketchup) a fuerza de meterle presión al bote aquel. 
Te faltan miles de miles de años, puñetero FB que quieres gobernar nuestras vidas, para saber, entender que hay más, mucha vida sin ti.  Tus socios J.C. y yo nos ciscamos en tus tripas. Anda y que te den. 
Invito a mis amistades de verdad a que compartan, publiquen esto como les dé —y si les da— la gana, si se sienten solidarias, sin craudfaunding, trending topic o influencing. Y a vivir de verdad. No se admiten selfis. Hasta aquí  podíamos llegar.

Escrito "alla prima". Sin enmiendas, raspaduras ni ediciones. Como tiene que ser. Ni fotochoffff. Ni impostura. De una tacada. 
PD.- Para otro día contaré el preámbulo. Sin prisa.

domingo, 22 de abril de 2018

RÍO DUERO, RÍO DUERO...

Para un piscis, por empezar de algún modo, el agua tiene su aquel. (Ya he comenzado, que es de lo que se trataba). De algún modo, mi vida transcurre paralela al curso de los dos ríos que enmarcan Valladolid: el Pisuerga y el Esgueva, hasta que alguien, rara avis,  se documentó lo suficiente y le cambió el artículo al afluente, no por cuestión de cuotas sino de etimología, habrase visto semejante chorrada. En 1965, año de Nuestro Señor, me parieron, dice mi madre que me parí solo, cerca de la desembocadura del "la" en el "el", residencia Onésimo Redondo, hoy Pío del Río (más coincidencias) Hortega, no por mor de la memoria histórica. El  ulterior cambio de nombre del hospital se debió a cuestiones reales, como que D. Pío era médico y D. Onésimo falangista, creo. Puestos a ser puristas, a José Zorrilla no se le conoce afición al fútbol, que en aquellos tiempos románticos no había sido inventado, pero da nombre al estadio donde pulula el Valladolid (y mientras tanto José Cantalapiedra sigue sin constar, cosa que a nadie parece importar, ni a mí tampoco). 
Crecí a menos de cien metros, a ojo de buen cubero, del Esgueva. Entre mi casa y el río había un cuartel de intendencia, en cuyas pistas jugábamos a lo que fuera, y un poco más allá un refugio para indigentes, con ninguno de los cuales me crucé jamás. A los tres años, en una mañana de juegos, caí al río, del que fui rescatado por mi hermano y Luis Alberto, el vecino de arriba, que era un zángano aventurero. Al llegar a casa, mi madre me cambió de ropa, sacudió una bronca (no recuerdo si algo más, pero es probable) a mi hermano, que solía cargar con mis meteduras de pata, y nos hizo prometer que no dijésemos esta boca es mía a mi padre. Conseguí mantener el secreto hasta bien superada mi mayoría de edad, una tarde en que, paseando por las orillas del Esgueva, se me disparó algún dispositivo y se lo conté —a mi padre— que se hizo de cruces, era muy pío, como Hortega (además era Ortega, sin hache, pues no tenía pedigrí).
—No tenía ni idea, —dijo como rumiando, que Fernando Sr era mucho de rumiar sin tragar.
Años antes o después, mi hermana Beatriz se perdió en la playa del Pisuerga. Una pareja la encontró, supongo que cantando el "cumpleaños feliz", "la bamba es chunga o chumba" o "amalillo el submarino es" —nunca acabamos de entenderla, porque hablaba con la L como aprendiza, aunque cantaba con afinación de profesional, igual que ahora— y se la devolvió a mis padres, aunque mi hermana mediana es de esas personas que cualquier matrimonio querría tener como hija: guapaza, cariñosa, buena persona y más si se puede.
Al norte del pico Tres Mares, donde el Pisuerga nace, estuve perdido durante lo que me pareció una década ominosa o de otra marca, que había pocas, ni siquiera la marca blanca. Puede que fueran diez minutos, pero se me hicieron eternos pateando las arenas blancas de la playa grande de Noja. 
Otra vez el Pisuerga, en aburrida jornada de paterna pesca truchera, me engulló hasta la cintura, habida cuenta de que mi padre, pescador de siempre, murió sin aprender a nadar y trató de rentabilizar el cursillo de natación en la piscina del instituto Zorrilla (ni futbolero ni nadador) enviándome a salvar un aparejo a la otra orilla. Quizá de ahí me venga la fobia al agua cuando está a muchos menos de los treinta y siete grados que yo, si no la OMS, estimamos preceptivos. Los Esla (Juan Ignacio aún me debe una apuesta sobre caudales), Órbigo, Porma, Tera, Arlanza, mordieron mis canillas por semejante fin, pero no les guardo rencor. 
De remate, que nacionalista soy poco y mañana no iré a Villalar a ¿festejar? le derrota de los comuneros —los castellanos no tuneamos la historia y le echamos dos cojones, tenemos buen perder, que aprendan otros—, el riojano río Oja —aún recuerdo la cara de poema de Jesús Marchamalo cuando se lo expliqué en un descanso del concurso "Al habla", que por ser de la 2 casi nadie lo veía, lo que nos salvó a mi cuñado Chule y al menda del ridículo, suerte que los contrincantes eran estudiantes de periodismo, habrán acabado en As o Sport — me vio dar entre dos y setenta vueltas de campana en un Renault nervioso conducido por uno de mis íntimos amigos, con prisa por llegar a casa y cocinar para sus guapísimas y encantadoras amigas logroñesas para celebrar su propio cumple como antecesor de Carlos Sainz y Fernando Alonso, nada que ver con mi tío o mi primo aunque todos condujeran Renaults. 

Los gatos tienen siete vidas. Los piscis, al menos este escribidor, también (espero que más). No es de extrañar que ande ultimando una agradecida antología sobre ríos, de la que no me duelen prendas en compartir alguna perla:

1.- Río Pisuerga, río Pisuerga, nadie a acompañarte baja...
2.- Río Esgueva, río Esgueva, nadie a acompañarte baja...
3.- Río Oja, río Oja, nadie a acompañarte baja...

PD.- Tendría que escribir "casi nadie", porque yo estaba siempre, pero la rima es la rima.

domingo, 25 de marzo de 2018

AS TIME GOES BY

Mi esposa se encargó de todo, como hábil gestora que es, sin levantar sospechas y, lo que es mejor, sin colgarse medallas. Reunir a cerca de cincuenta personas, la segunda vez que lo hace, no es fácil. Y conseguir que cada uno represente su papel sin desafinar es digno de alabanza —aunque no se lo diga a diario es admirable—. Familia, amigos de diferentes pandillas, compañeras de clase —"las trece" menos dos que estaban de viaje—, todos funcionaron como una orquesta. A mi familia la conozco desde que nací, así que sabía de lo que son capaces. A sus compañeras del colegio (igual que a una de las pandillas de amigos, también ex alumnos, porque eran todos chicos) las conozco —qué jodida es la concordancia y más en estos tiempos de confusos géneros/sexos— desde los seis años (los suyos) y las considero de algún modo hijas mías, porque las he visto crecer junto a mi hija, he escuchado sus flautas, corregido sus cuadernos, echado alguna "bronca" —horas antes de invitarlas a comer en casa y cocinar para ellas, ora croquetas, ora spaghetti, casi a la carta, separando los papeles de profe y padre de amiga, o a dormir—. Sé el nombre de sus novietes, he templado gaitas, mediado, charlado, animado y a veces expulsado de clase —la primera fue mi hija por bocazas, pura genética—. 
Ayer celebramos, días antes para evitar sospechas, el cumple de mi hija. Además de la satisfacción de verla emocionada, rodeada de tanta gente menuda y adulta que la quiere —que hasta tiene tíos postizos—, me encantó sentirme algo partícipe del crecimiento de más de veinte adolescentes y notar su cariño. De remate, los muy capullos cantaron/desafinaron el himno del colegio —obra de mi jefe y amigo, con un poco de mi ayuda, la justa— ante la cara de sorpresa-envidia-maldad de la otra pandilla que viene de otro colegio del mismo corte, curiosamente todos con nombre de la misma Virgen con distintas advocaciones. 
—¿Quién coño os habrá dado clase de música? —dije, quizá (seguro) con otras palabras más gruesas.
Rieron. Luego se despidieron para ir de copas —de botellón— a rematar la fiesta entre gente de su edad, nada que no hayamos hecho antes los adultos a los lejanos y benditos dieciocho años —incluso menos— como forma de madurar, errar, aprender y crecer. 
El día antes habían estado de manifestación por el asunto de la EBAU y los temas de historia, todas juntas, sin lucha de banderas, sin consignas partidistas, unidas por la misma causa. Confío en que no haya banderas ni ideologías que en el futuro separen a estas trece más acólitos. Y que el sello de los colegios que los unieron —con monjas, curas o funcionarios, personas de buena voluntad con el mismo objetivo— siga indemne o indeleble por los siglos de los siglos. Se trata de vivir.
Amén. O sea.

domingo, 11 de marzo de 2018

EL PODER DE LA DESINFORMACIÓN (O EL PESO DE LOS TÓPICOS).


Cuando mi hija me regaló hace más de un año una caja sorpresa, o como se llame el invento ese de pagar un servicio por adelantado en unos grandes almacenes, no sospechábamos —ni ella ni yo— la cantidad de cosas incluidas en el paquete. 
Después de estudiar el libro de ofertas como quien se empolla el temario de oposiciones —esas que nunca aprobé, cuya falta me ubica en el terreno de los educadores enchufados e incapaces a ojos de varios maestros que me tuvieron entretenido el viernes, cuyos mensajes plagados de patadas al diccionario me costó descifrar— acabé por decidir el destino. Un día por otro lo fui dejando hasta que esta semana llamé para reservar en un balneario de Medina del Campo que, además de estar cerca, me parecía atractivo, o al revés. Lo malo empezó cuando me dio por visitar las webs de usuarios, esas que puntúan los servicios para advertir a los futuros clientes. A tenor de las opiniones, parecía haber reservado en la piscina de Cocoon después de una guerra bacteriológica pero sin milagros. "Musgo en los azulejos, molesta tercera edad —parece ser que los jubilados son una especie maldita con la que ningún "influencer" que se precie quiere mezclarse—, agua fría, en obras, sólo fachada" y un largo rosario de maldades orlaban/justificaban los comentarios. La investigación sobre restaurantes arrojaba verdades como "excelente" o "no pienso volver", mucho extremo y poco término medio. 
Hasta esta mañana seguía dudando si ir o quedarme en casa, sin soluciones alternativas. Al final fuimos (mis regalos incluyen a mi esposa) aunque mis expectativas eran poco halagüeñas. 
Llegamos tarde por la lluvia y ya me esperaba algo así como "lo sentimos, vaya horas de llegar" o "anda que...". Tuvimos que usar los vestuarios de mujeres (con cabina individual, eso sí), y advertidos estábamos por las dos personas que atendieron mis consultas por teléfono de que no había agua caliente en las duchas ni calefacción, excepto un par de estufas de butano que ya creía extintas. Nos trataron con educación exquisita e invitaron a repetir el circuito si nos apetecía. Por si era poco, llegaron los "jubilados apestados", y "me tocó" echar una mano a una mujer que no veía los escalones —yo no andaba mejor de vista sin mis gafas— y un hombre para el que cada paso era un suplicio "porque me duelen mucho los pies". Mi ayuda fue compensada con un par de "gracias" y unas sonrisas que merecían foto en FB e instagram. ("Allá llegarás si el demonio no te lleva antes" decía mi abuela Felisa, a la que conocí con dolor de pies y vestida de negro. Grande mi abuela sin pedigree, pese a su escaso metro y medio de estatura, pero más de tres metros de altura moral e intelectual sin pasar por universidad pública o estatal). 
Ya en Medina capital —capital de Valladolid, como dicen que dicen unos de Medina del Campo, cuando no que Valladolid es el pueblo más grande de la provincia de Medina, cosas de cuatro pardillos que por desgracia suelen calar entre las hordas de cabreados provincianos sin representar ni a una amplia minoría— buscamos lugar para comer, lo que sucedió al primer intento "in situ", porque el anterior e infructuoso fue por teléfono, si bien el dueño me dio las gracias tres veces por llamar y me pidió disculpas por tener demasiada demanda. Ya le advierto que pienso volver a intentarlo.
Ni en las ciudades con más fama de hospitalarias recuerdo tal profusión de sonrisas y amabilidad, "puro servilismo" dirán algunos; "educación y profesionalidad lo llamo yo". Comimos como reyes pero pagamos como vizcondes. 
Antes de regresar a casa mi mujer me regaló un par de vespas a escala —una de los cuarenta y la otra de 1965, que colecciono cualquier cosa hecha en el año de mi nacimiento (se admiten regalos)—, para disgusto de nuestra hija, que esperaba una a tamaño natural. La dependienta vino a ser el remate de la simpatía medinense.
En el coche me acordé de otra vez en la misma villa en que un camarero salió a buscar a mi padre porque no había pagado la llamada telefónica —después de dejar una propina que cubría una llamada internacional—.
—Se va usted sin pagar el teléfono —dijo.
—Suponía que la habrían incluido en la cuenta —respondió mi padre bastante enfadado mientras daba al camarero una moneda de veinte duros.
—Espere, que le traigo la vuelta.
—No hace falta: quédesela, por si vuelvo otro día, que no creo.
(En "trip advisor" habría supuesto valoración negativa para toda la comarca).
También recordé que hace unos veinte años me llamaron de la Semana de Cine de Medina para tocar el piano en la inauguración —Emiliano Allende estaba comiendo a cuatro metros de mi mesa, qué casualidad– y no llegamos a un acuerdo porque mi representante (que se arrogó tal cargo sin yo saberlo) intentaba quedarse con un modesto 50% (sin saberlo nadie excepto él). Y que a veces jugaba en el callejón de San Francisco con Eduardo —más de una persona que lea este blog sabrá a quién me refiero—, un niño guapote, hijo de un compañero de trabajo de mi padre, al que reconocí meses atrás en un bar de Valladolid, y que se sorprendía de mi memoria. Vamos, que ayer recordé muchas cosas gracias a una caja sorpresa que mi hija me regaló el año pasado por mi cumpleaños. Bendito regalo. 
Pd.- Para los de la antigua Sarabris: me arreglasteis el día. Así, que recuerde, a vuelapluma: María, Eduardo, Marise & cía (más las hijas que compartimos), y a los que ayer entendieron o hicieron por entender mi sentido del humor. Que no os falte la paciencia. Gracias a todos. A la actriz que se tomó un vino a mi lado: lamento no haberte conocido.

domingo, 18 de febrero de 2018

ESCRIBIR CUANDO NO APETECE ("IN MEMORIAM" BEGOÑA ALONSO GÓMEZ).





Lo malo de escribir  como "free lance", sin editor, por pura afición, es que hay que imponerse cierta gratuita disciplina y muchos días no apetece, no tienes el cuerpo para jotas o simplemente estás cansado. Lo peor, muchísimo peor, es que suceda algo que te meta en la rutina a la fuerza, sin querer. No es este, pese al prefacio, un escrito rutinario, ni funcionarial -no me pagan ni a mes vencido- porque no soy funcionario de nada ni nadie espera que escriba, tampoco yo mismo. Por eso no me compensa la excusa. Me lo piden el cuerpo y las tripas, aunque llevo días demorándolo -se resiste el alma- como si de esta forma se pudiera esconder el hecho que lo provoca. 

Begoña, mi prima, la mayor de los Alonso Gómez, llevaba, llevabas unos cinco años disimulando, por humildad familiar y generosidad personal. Desde tu atalaya del metro sesenta de mujer bien hecha, cuestión de perspectiva, que la altura no se rige por el sistema métrico decimal, optaste por la natural discreción, -no sorprenderá a quienes te conocen-. La última vez que nos vimos, en la comida de primos, no tuviste un momento visible de debilidad, aun sabiendo  que casi habían sonado los tres timbrazos que preceden a la película, en tu caso los que anunciaban que se apagarían las luces. Algunos ya teníamos noticia de tu enfermedad, aunque no del estado avanzado y sin remedio. Ahora creo entender las prisas de Fernando, uno de tus hermanos, factótum de la reunión, junto a Rebeca, otra rama del árbol genealógico, por juntar a los herederos de los Gómez San José: una elegante forma de despedirnos sin flores -perennes- de por medio. 
Suelo decir que las flores hay que regalarlas en vida, cuando el homenajeado pueda disfrutarlas. Nuestra querida Begoña era, aquella tarde de agosto, muy probablemente a sabiendas, la estrella de la reunión y así se mostró sin demostrarlo: simpática, cariñosa y discreta. No dejo de envidiar a sus hermanos, muy gitanos, como reconocían Alberto -el raro de los Alonso, como yo de los González, que tenemos algo de Gómez,  y aún más de San José (retranca fina), los apellidos que nos unen- y Carlos por su forma de dar ejemplo como familia contagiosa. Todos los consortes, a medida que firmaban contratos matrimoniales, y descendientes se fueron sumando al irreprochable estilo "marca de la casa", que es mucha marca sin copyright, ni falta que les hace. Una familia, la suya, con clase -ni mucha ni poca, la clase es clase, un todo sin cuantificadores-: no la que ostenta marcas y estereotipos con logo pijo en la camisa, el que falsamente iguala a los distintos-. Solo -¿solo?- son unos tíos y tías de una pieza: currantes, amables, bien educados, formados (no ahormados), hijos de un pueblo de por ahí, perdido en los Torozos, aunque tenga catedral -de facto- mozárabe. Qué jodíos. Y sin daros un pijo de importancia. 
Ya sé, Begoña querida, que más lo sientes tú, o lo dejaste de sentir. Todos nos vamos o acabamos por irnos. Pero unos pocos elegidos por Este o por aquel, va con creencias, seguís aquí. Y los de aún por acá lo seguimos sintiendo en el alma, las tripas, el estómago. Menudos hermanos, madre, padre y descendientes tienes, hija -pucelanos somos-. Volverás loco a Caronte, yendo y viniendo de margen a margen del río. Estás en ambas.