domingo, 23 de septiembre de 2018

LA ADELANTADA DE SALAMANCA

Mi buena amiga Carmen, que es mucha mujer y muy mujer —parafraseando a un registrador de la propiedad— me pregunta los motivos por los que hace semanas —domingos— (no domingas) que no escribo en mi blog, o sea, aquí. Y para una persona que se interesa, qué menos que dedicarle la entrada de hoy. 
Lo cierto, dentro de la duda que le acompaña a uno con permanencia mayor que a la que obligan las compañías telefónicas, es que andaba ocupado en (preocupado por) otros escritos. La culpa es de quienes, como ella, alaban mi pluma —allá ellos y sus gustos— y me hacen pensar en otras metas.  
Escribir después de la comida dominical no deja de ser un ejercicio autoimpuesto, por no perder la costumbre, de disciplina mínima. Trabajar con niños le baja a uno el listón del lenguaje, reduciéndolo a lo útil, sin adornos que distraigan la obligación de hacerse entender. La escritura en el plano literario se sitúa justo del otro lado: el ornamento es obligatorio, en diferente medida según el estilo de cada quién. 
Desde el mes de mayo me apliqué a la tarea —la gratitud o ingratitud depende de las miras, que para algunos son el premio, la lisonja o la edición— de escribir sin darme tregua, ni en lo temporal ni en lo formal. Un texto de cinco páginas requiere, en mi caso de amateur, de varias revisiones al día. Ignoro cómo trabajan los profesionales y daría gustoso una caja de botellas de vino a quien me dejara observarlo, -le, -la mientras curra en una novela de verdad, no un best-seller, que suelen ser cosas distintas. Como no creo que esto suceda, sigo con mi método de "ensayo-error" —más lo segundo que lo primero—. 
Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y si malo, pues menos malo. 
PS.- Cuando unas fotos gansas del autor en modo "catador" obtienen más "megustas" que un puñado de párrafos es que algo hacemos mal. O hago.

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