sábado, 26 de noviembre de 2016

NEW YORK, CHAPTER ONE...

De forma inesperada, que por fortuna no terminó en tragedia, me encontré con unas cuantas pesetas, unos novecientos euros de ahora. No tenía ni idea de que los accidentes de coche se indemnizaran, así que la sorpresa compensó de algún modo el susto y el mes de convalecencia a finales del año olímpico. Mi amigo Juan Ignacio tenía muchas ganas de cruzar el charco y conocer Nueva York, por lo que reservamos el vuelo sin reserva de alojamiento. Pasamos un par de noches en una residencia de la YMCA, que sólo nos sonaba por la canción de Village People, y resultó ser una especie de albergue mixto con baños compartidos y literas. El ambiente bullicioso se notaba justo a la hora de acostarse y a la del aseo matutino, con multitud de jóvenes (jóvenas y jóvenos) en albornoz o toalla corriendo por los pasillos para usar las duchas. Por suerte, dormir es cosa fácil cuando uno pasa el día pateando la gran manzana y además se suma el jet lag.
En NY vivía Eduardo del Campo, un amigo de la infancia, becado para estudiar canto en la Juilliard School. Tras varias jornadas de visitas para no turistas, (a Juan Ignacio le horrorizaba ir en rebaño y prefería mimetizarse con los newyorkinos), nos plantamos una mañana en el hall del edificio preguntando por él, y el recepcionista, un negrazo gigantesco y uniformado, nos dijo que lo había visto entrar y salir pero que probablemente volvería. Nos sentamos a esperar y apareció una hora más tarde. Cuando nos vio se quedó de piedra. Subió a revisar los faxes y nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores del Lincoln Center. Pasamos por la puerta del edificio Dakota, donde mataron a Lennon, y recién entrados en la avenida que bordea Central Park por la izquierda nos cruzamos con un señor bajito rodeado de niños que le pedían autógrafos.
-Ese es… ese es… el actor –gritó Eduardo.
-Coño, ¿qué actor? –pregunté.
-No me sale el nombre. Uno que viajaba en un coche.
-¿Steve McQueen? –propuso Juan Ignacio, como si hubiera pocos.
-No, hombre. Uno que viajaba al pasado o al futuro.
-¿Michael J. Fox? –dije.
-¡Ese mismo!


Cuando quise sacar la cámara, el pobre Fox, con su cohorte de adolescentes, ya estaba lejos, así que tengo que jurar que lo es cuando enseño la foto, porque casi no se le ve entre los críos y tampoco destaca por su estatura.
Comimos en un restaurante italiano con un compañero de la Juilliard que estudiaba composición y resultó ser el autor del primer disco de Locomía, un tal Ricardo Llorca al que volví a encontrar años más tarde en la prensa, porque había obtenido un premio internacional de composición, supongo que alejado del “abanico, Locomía, moda, Ibiza, Locomía, Locomía shuquebari” (o algo que sonaba así, o al menos de esa forma lo canta Alfonso). Busqué su dirección en internet para darle la enhorabuena y le envié una foto de aquél día, pero no me respondió.
Los tres días siguientes los pasamos de concierto en concierto: el primero en la misma escuela, a cargo de jóvenes estudiantes.

-Mañana vamos a la ópera –anunció Eduardo.

2 comentarios:

Jorge Cuadrillero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jorge Cuadrillero dijo...

¡No nos dejes a tus seguidores con la intriga, maestro!
¿Para cuándo el chapter two?