jueves, 27 de agosto de 2015

LO QUE SE IMPRIME CON TINTA INDELEBLE...

Un comentario de mi admirado amigo David, músico con mando en plaza, me ha animado a escribir saltándome la vagancia que provoca mis largos silencios en este blog, tan discontinuo y anárquico como un servidor o la wifi gratis de un hotel. Al hilo del texto sobre Les Luthiers, dice que a él también le marcó su hallazgo. 
La vida viene subrayada por hechos, muchas veces casuales, que aparecen y sorprenden a uno, variando su devenir. Mi caso no es excepcional, y enmarca decisiones voluntarias (mías o de mi entorno familiar), como el cambio de colegio para estudiar EGB, que me transformó de tonto en listo, (o lo que por entonces se entendía como tonto y listo en las aulas, alejadas aún de la logopedia, la psicología y la pedagogía modernas).
Otras, las más, fueron descubrimientos de alguien que pasaba por allí, como mi tutor de quinto. Este me había sugerido que fomentara mi creatividad (o canalizara mi permanente estado de despiste, que lo mismo era un TDAH sin nadie saberlo) por medio de la escritura, después de ganar un par de certámenes escolares de relato y poesía. Del último galardón aún conservo el librito que lo atestigua, con un lacónico "Primer premio de poesía ´76" autografiado en mayúsculas por don José (no admitía otro tratamiento, por lo que años más tarde se ganó el mote de "el condón"). Él colaboraba en el Diario Regional, uno de los periódicos locales que se fue al garete (como la Hoja del Lunes, que era el día de descanso de El Norte de Castilla), después de una huelga legal que acabó con su medio siglo de existencia tras varios despidos y algunas renuncias voluntarias por el giro a la derecha que experimentaba el periódico (cosa de la que me entero ahora mismo, documentándome en la red para mayor gloria y enjundia de mis escritos). Mi tutor me pidió una poesía para publicarla, pero mi desidia fue superior a su insistencia y acabó por dejarme como un caso perdido (y así sigo). Unos veinte o treinta años después, coincidimos en el Teatro Calderón como acompañantes de nuestros respectivos colegios a un concierto didáctico de la orquesta de la ciudad. Fui a saludarlo, presentándome como ex-alumno, pero lo común de mis apellidos (¿González qué?), no le ayudó a ubicarme. Sólo recordaba a March, "gran médico" (que lo es y volverá a aparecer en el párrafo siguiente) y a otros con titulación superior y apellidos nobles. Lamentablemente, un maestro que se apellidara González no era gran cosa ni digno de su memoria (tuve que morderme la lengua para no hacer hincapié en que ambos compartíamos apellido y profesión, unos "pringaos", vamos). Hoy somos casi vecinos, pero he desistido de saludarlo e interrumpir sus conversaciones con otros prohombres, no vaya a avergonzarse.
Sin embargo, un 1 de marzo del 76, como un regalo inesperado de cumpleaños, acertó a pasar por clase mi adorado Luis Cantalapiedra, para darnos unas nociones de solfeo y de paso hacer un "casting" para su coro. Como si se tratara de una premonición, don José salió del aula y se quedó Luis que, pese a ser sacerdote, prefería el tuteo. Tras explicarnos cómo se colocaban las notas, dibujó unos pentagramas llenos de redondas, dando paso a un concurso, en el que José Ramón (March) y yo empatamos por la medalla (aún no se había instaurado la moda chusca de denominarla "presea") de oro. Nos preguntó si estudiábamos solfeo (lo que hoy se llama "lenguaje musical") y el bueno de mi amigo March, un tío de sobresalientes, asintió. Como yo no había ido a clases particulares, quizá le pareció más meritoria mi habilidad y me sugirió que buscase un profesor de música, porque se me daba bien. No sé en qué momento alguien le dijo que era mi cumpleaños, lo que aprovechó para felicitarme con la consabida melodía, que todos mis compañeros cantaron en mi honor.
-Este es tu regalo, -añadió antes de irse.
Quizá Luis no supiera el alcance real de su última frase, pero hasta que mi esposa me preparó una fiesta sorpresa por mis cincuenta inviernos no he tenido otro semejante, aunque el de mis once años  aún perdura por premonitorio.
Ahora que releo y corrijo (se nota que estoy de vacaciones y tengo tiempo), me doy cuenta de que no he escrito exactamente lo que quería, que era hablar sobre otro hallazgo musical que me dejó la huella a la que aludo de algún modo en el título. Lo aparco para otro momento. Creo que D. Luis Cantalapiedra, un verdadero motivador milagroso (llegué a pensar que más que apellido era mote) merece el don y una entrada en este blog para él solito, aunque sin querer haya compartido algún párrafo con mi tutor, el de profesión y apellido tan vulgares como los míos. Ay, pocholín...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias. No recordaba nada de la anécdota que has contado pero celebro que influyera en tu vida musical. Y yo sin saberlo!