domingo, 16 de noviembre de 2014

UN DÍA CUALQUIERA (BASADO EN HECHOS REALES)

Mientras estoy en un atasco insonoro, con mi coche descapotado, como mandan los cánones de la asociación contra el cáncer, me llama mi novia desde su loft con ladrillo caravista en el salón, mármol de carrara en los baños y la thermomix sin estrenar (¿dónde explica el manual cómo ajustar la tapa para evitar salpicaduras?) en la cocina con isla, península y archipiélago. Recién levantada, pero con el maquillaje y el pelo impolutos, no como mis pulmones, que respiran el monóxido, dióxido y hasta trióxido de carbono expelido por los vehículos que me rodean, todos conducidos y ocupados por modelos, se pasea por su casa, en la zona noble de la ciudad, enfundada en un salto de cama que enseña exactamente lo que quiere enseñar, ya sea frente a la ventana abierta, al agacharse para dar de comer a su gato de angora cruzado con siamés, o al arreglarse la uña del dedo gordo de su pie izquierdo, que muestra un ligero desperfecto por culpa de la incompatibilidad de su pedicura francesa con unos "manolos" aún un poco indómitos por recién adquiridos. La cobertura de su móvil Vertu no muestra debilidad en su ir y venir, la señal es invariablemente nítida. Me cuenta que la han llamado de una empresa de publicidad para ofrecerle un trabajo muy bien pagado por media jornada, a precio de jornada doble, que además  puede hacer en casa, porque es muy suya a la hora de ceder sus necesidades perentorias: peluquería, gimnasio, psicólogo, depilación láser y paseos tonificantes y culturales por la ciudad, ya sea un museo o el parque del centro. Entretengo la espera con música de fondo en el coche, que sonoriza la avenida entera, cosa que las bellas transeúntas agradecen con sonrisas indelebles, que significan alabanza de mi exquisito gusto musical y de mi elegante vestimenta. Me comenta de pasada que ha recibido varios wasaps de sus hermanas para invitarnos a un concierto de la filarmónica de Viena y a la cena posterior en los jardines del auditorio, a beneficio del montepío de pianistas mancos. Aunque me empeño en mostrar mi dentadura blanquísima, como si ella pudiera verla, se me encoge el estómago. Pongo la capota, suelto unos pocos juramentos, (no blasfemos), enciendo un cigarrillo y meto a empellones el CD de Camilo Sesto. 
Las películas dominicales de Antena Tres, basadas en hechos reales, tienen esas cosas. 

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