Ayer por la noche cené con unos amigos. Para ser más exacto, eran algunos de mis amigos, no unos cualquiera. El motivo era el cincuentenario de uno de ellos, así que le preparamos, como bien exclamó al ver el grupo de inesperados invitados, una encerrona formada por compañeros de carrera, de piso de solteros desplazados, de coro y de grupo rockero. Creo que soy el que más categorías ha compartido con el homenajeado, en concreto las tres últimas, por no mencionar la de ex-cuñados, que tampoco es moco de pavo. Y la de artistas vagos.
Aparte de los regalos con cariño, reminiscencias y un poquito del imprescindible veneno que todo lo anima, y de la cena cántabro-atlántica, porque Burgos y Mondoñedo son una, como Cantabria, León y Castilla, me encantó ver su cara de sorpresa al ver las de quienes hemos ido siendo parte de su vida, que es como se escriben las historias personales, esas que el IRPF y la prima de riesgo no podrán trastocar nunca.
Tengo la suerte de contar con amigos generosos que me han perdonado mis excesos verbales, porque me aceptan con mi bocaza cargada de postas, y saben que profeso por ellos un amor sincero y perdurable.
Por primera vez en varios años me he juntado, sin óbito mediante, con unos cuantos de mis mejores amigos. Y creo que a partir de hoy voy a celebrar no sólo que cumplo años, sino que es viernes, jueves o martes; que hoy no me duelen los riñones; que he salvado los muebles un mes más, o lo que es lo mismo: que sigo vivo y con ganas de daros un abrazo. A todos los de anoche y a los que aún no he convocado para la siguiente cena: cantantes, rockeros, estudiantes: os quiero.
1 comentario:
Y tú más, oye.
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