Como quiera que salió el asunto del cocinismo sala, el deporte de moda, me ha dado la real gana (o gana republicana, que nadie venga a tocar los huevos) de escribir sobre gastronomía, que no sólo de alcohol vive el hombre. Por tanto, os facilito algo facilito: huevos facilitos, perdón, fritos. Se cogen tantos huevos como uno quiera poner en el plato, a saber: si uno, uno; si dos, pues dos, y así sucesivamente. Téngase en cuenta que dos de gallina abultan como 6 de codorniz, y la cuarta parte de avestruz, aproximadamente, dato que conviene tener en cuenta. Se limpian de impurezas los huevos, antes de cascarlos, para eliminar riesgo de contagio por "salmonella", que no es un pez transexual, sino una cagalera asesina. Se pone aceite de oliva, (que es nombre fino de las aceitunas exprimidas), abundantemente, en una sartén (que en inglés se llama "pan", no así al pan, que en inglés no se llama "sarten", sino "bread", cosas de los idiomas). Se calienta el aceite hasta que empiece a echar humo, pero no a quemarse (hay bastante diferencia). Se casca el huevo (de uno en uno, para manejarlos mejor), y se pone cuidadosamente en la sartén (no es extraño que los huevos en la sartén "sarten", incluso brinquen). Se añade sal "al gusto", que no es una marca comercial, sino una cantidad que te guste, aproximadamente lo que viene siendo lo que quepa entre los dedos pulgar e índice, acaso un poco el medio, tambien llamado corazón (de ahí la frase ¿Qué me haces, corazón?, de uso frecuente en últimas filas de cine). A esa cantidad se le llama familiarmente "pizca". Repártase la tal pizca como en una proporción de dos tercios en la yema (lo amarillo) y un tercio (no de Flandes, ya trataremos los "flandes" en la sección postres) en la clara, que como su nombre indica, es más clara, tirando a blanca del todo. Salpicar el huevo por encima con una espumadera, o especie de raqueta metálica (no chaqueta metálica, que es una película), hasta que la yema se endurezca ligeramente. Contad como 10 veces, 9 los canarios, de salpicaduras, a razón de dos por segundo (es importante no pasarse, a menos que queráis comprobar la impenetrabilidad de los cuerpos refritos). Retirar el huevo y hacer el siguiente, sólo en el caso de que los vayáis a comer a pares (recalentar un huevo es tarea harto imbécil, y si se hace en el microondas, más imbécil aún, porque la yema revienta y queda un gotelé muy mono que luego no hay quien quite). El protocolo en la mesa permite untar pan (blanco, no de molde) a discreción (por favor, nunca uséis el cuchillo, es cursi que te cagas). Acompañad los huevos con vino rosado o clarete, que les va estupendamente.
Aviso para neófitos: freir un huevo es peligroso. Buscad un trapo de cocina, rodead el brazo desde los dedos hasta el codo con el paño y protegeos. En caso de quemadura inesperada (hay que ser tonto para esperarla y aun así quemarse), meted la parte dañada en agua fría, sacad otro huevo, retirad la clara y ponéosla en la quemadura de a poquitos. Es fantástico. Nunca cocinéis huevos desnudos (vosotros, no los huevos). Las quemaduras de primer, segundo grado y hasta tercero quedan fatal de cintura para abajo, y en urgencias se van a descojonar de vosotros (la primera que atiende suele ser una enfermera y el mal rato no os lo quita nadie).
Felices huevos.
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