Hasta llegar a la ciudad del apóstol transcurrieron varios días, a lo largo de los cuales visitamos pueblos de la costa cantábrica, playas apartadas de la mayoría de los turistas, incluso alguna nudista que nos pareció francamente vulgar, no por el paisaje en sí, pues suelen ser bellas y de difícil acceso, lo que las hace aún más paradisíacas, sino por el aire de fingida distinción que mostraban los bañistas y que nos causó cierta desazón y acaso un poco de rechazo. Particularmente, eso que llaman naturismo siempre se me ha antojado una frivolidad pseudo-moderna y un tanto sonsa. No entiendo que nadie pretenda reivindicarse por la mera exhibición de su cuerpo, como tampoco a los que hacen bandera de su opción sexual. Recuerdo una ocasión en la que uno de los asistentes a una terapia de grupo para superar adicciones, yo en aquel tiempo trataba de dejar de fumar, se presentó como “Fulano de tal, homosexual”. No pude reprimir mi veneno al presentarme como “Mengano de cual, padezco prostatitis, tengo caspa y me faltan dos muelas”. El revuelo que se formó por mi manifiesta ausencia de talante democrático, mi fascismo e intolerancia y mi falta de estilo, por la que pedí perdón, al no haber sido capaz de presentarme en forma de pareado, mientras abandonaba la sala, me sirvió para decidir que seguiría fumando hasta que el cuerpo me pidiese clemencia. Y en ello estoy.
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