domingo, 29 de diciembre de 2024

CENAS NAVIDEÑAS

  Cenar con amigos es un lujo, más si estás dispuesto a pagar el obsceno precio que acompaña al menú para cenas navideñas. Con paciencia y sin prisas, como se fraguan las amistades verdaderas, uno encuentra el momento, tanto da (o mejor) si han pasado las fechas fatídicas, aunque sean propicias para que algunos vuelvan, como el turrón, a casa por Navidad o el solsticio de invierno, que los amigos de verdad no entramos en cuestiones menores que a otros les parecen trascendentes. Tampoco nos importa demasiado la añada del vino, ni perdemos el tiempo con autorretratos en los que el fotógrafo sale deforme (selfies los llaman ahora). Solo hablamos, recordamos, gozamos y, por supuesto, cenamos, que es la excusa. 

 El viernes pasado conseguimos juntarnos cinco de los seis convocados. Al sexto lo pillamos a la salida de una jam session, en un local con olor a porros, sudor y feromonas, y los que no teníamos que trabajar al día siguiente fuimos al cafetín de la Catedral, nido de "artistas", una palabra que incluye a literatos, iletrados con ínfulas, meritorios, sobreros, aspirantes, despistados, enterados, románticos, góticos y perros de raza o adoptados. Ahí cabe cualquiera, y se resiste al empuje del pijerío que cambió bares de "alternativos" por locales de moda. 

 Me escapé un momento a otro de los garitos de siempre, el Berlín, para comprar tabaco, con la esperanza de encontrarme con alguien, vete a saber quién, que anduviera en compañía de amigos comunes o no comunes, como las variaciones, permutaciones y conmutaciones de primero de BUP, pero no hubo suerte: ni tabaco ni nadie con quien compartir un cigarrillo a dos bajo cero. Regresé al Cafetín, apuré mi único wiski, ya aguado, de la noche (uno no está para excesos y ya conoce las consecuencias, casi siempre funestas) y caminé con el único superviviente y factotum del encuentro, en charla distendida, hasta dejarlo a la entrada del puente que une la calle Doctrinos con la Huerta del Rey, creo que puente del Cubo, aunque mi favorito por diversas proximidades físicas y químicas sea el Colgante, que se inauguró cien años antes de mi nacimiento. De puente a puente... me lleva la corriente. 

 Hoy me he dejado llevar por las corrientes del reencuentro y del desencuentro. Ambas sirven para seguir el curso, aunque también el Esgueva tuvo sus cauces y hoy sigue solo uno, como oveja descarriada que vuelve al redil entre cemento para no perderse en un encuentro libérrimo y quién sabe si más feliz.