El amor en sus múltiples manifestaciones, y aún más
en sus aproximaciones, es probablemente el causante del proceso más misterioso
de cuantos suceden en el cerebro humano. ¿Qué fenómeno químico provoca una
reacción que, empezando por los ojos, afecta a todo el cuerpo y desemboca en
los dedos de los pies? Los biólogos, neurólogos, etólogos, psicólogos
conductistas, perro de Paulov y ratas de Skinner, tendrán su opinión fundada.
La mía es cualquier cosa menos científica: como dirían los de Queen, es una
especie de magia. Sé que carece de rigor, que no es demostrable, pero precisamente
el atractivo de algunos hechos radica en su casualidad, en la sorpresa, en la
emoción.
-Hola-, susurró como para no sacarme de mi estado de
introspección o embobamiento. -Espero
que no se te haya hecho muy largo.
-He estado entretenido con la cámara.
-¿Quieres dar una vuelta, tomar algo...?
-Las dos cosas-, respondí echando una rápida ojeada a
su escote y luego a su cara antes de ser pillado.
Comenzamos a caminar de forma errática, con algunos
empujoncitos al llegar a cada cruce de caminos, lo cual creo que aceleró la
segunda fase, porque a la altura del paseo que conduce a la pérgola nos pusimos
de acuerdo. La terraza estaba literalmente asaltada por hordas de estudiantes extranjeros
en busca del sol, así que pedimos unas cervezas y esperamos apoyados en la
barra hasta que vimos dos sillas huérfanas de mesa, y mi amiga, que aún no
tenía nombre para mí, echó una carrerita que me pareció aún más sexy con sus
sandalias de medio tacón que con sus zapatillas deportivas air system extra
ball when lit and jumping control. Su vestido voló con ella y yo la seguí con
las jarras en la mano y los ojos en el límite variable de la tela con sus
muslos. Nos sentamos como habían dejado las sillas, en paralelo, mirando al
cielo tapizado de nubes y salpicado de pájaros.
-¿Puedo ver de nuevo tus fotos?
Le acerqué mi cámara como quien ofrece la pipa de la
paz y ella anduvo trasteando con los cursores, mientras yo descubría funciones
que ni sospechaba que existieran.
-Tienes un estilo muy particular-, sentenció. ¿Puedo
hacerte una pregunta... íntima?
De repente se me desbocó el corazón, y ante mí se
desplegó una imaginaria pantalla llena de cuestiones comprometidas, como mi
estado civil, si consumía drogas, si iba a misa los domingos... hasta que ella
detuvo el proceso y mis conjeturas estúpidas.
-¿Cómo te llamas?
Resoplé aliviado. Hacía rato que echaba en falta su
nombre para que la charla fluyese, así que le disparé el mío.
-Pablo.
-Encantada. Yo, Sofía.
Sofía, Sofía, Sofía, Sofía... canté para mis adentros
con la música del María de West Side Story, aunque creo que no fui capaz de
aguantar el aire y un par de Sofías salieron nítidos. Me miró y sonrió.
-Aparte de fotógrafo, ¿también cantas?
-Me gusta cantar, pero mis mejores recitales los doy
en la ducha. (Y mi mente, como era costumbre, pensó en ofrecerle uno cuanto
antes, aunque me aseguré de apretar bien los labios para que no se me escapara
ni media frase).
Volvió a reír como la primera vez, con su arpegio
descendente, y me sonó incluso mejor, ahora que sabía que la madre de mis hijos
se llamaría Sofía.
1 comentario:
yo sigo leyendo. Interesadísimo.
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