Facebook, Feisbuk, Feibu o Caralibro, como lo llama una amiga-ex-novia-novia-amante (en orden inverso), no es más que un cajón de sastre, o cajón desastre que nos recuerda a diario, o a cada hora según adicciones, lo poca cosa que somos y que el tiempo se encarga de restregarnos... por la face. En noches ociosas/curiosas me pasma descubrir las relaciones perversas que Facebook ampara con nocturnidad o sin ella, sin pensar por inimaginables en los muchos mensajes de socorro-desdén-venganza que se dejan. Hay quien a despecho de su intimidad, o quizá retando o despreciándola, deja en su perfil una huella indeleble y cierta. No hay que ser demasiado cotilla para enterarse, sino simplemente seguir las directrices webísticamente correctas que se nos permiten. Así compruebo que quienes hace años ni se miraban a la cara, hoy figuran como "amigos especiales" a la vista de todos. Los exnovios irreconciliables se encuentran lustros después, quizá espoleados por la búsqueda del tiempo perdido, aunque nunca hayan leído a Proust. Y así la web obra el milagro de la reapertura de expediente, del perdón, del reproche o el insulto descarado. Hay quistes difícilmente extirpables y milagros raramente explicables. Puede que en la penumbra de una habitación aderezada por el humo y acaso el alcohol que no queremos reconocer nos sintamos inexpugnables a cientos de kilómetros del ser o no ser. En ese ambiente de sordidez íntima el alma se envalentona para declarar con privacidad ficticia lo que no nos atrevimos a decir cara a cara, tal es nuestra miseria, hace meses, años o más. Quizá sirva de algo, como poco de placebo.
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