Si yo fuera presidente de un equipo de algo, dejaría la camiseta como prenda obligatoria, pero permitiría que los jugadores escogieran su pantalón o sus medias, igual que hacen con las botas por motivos publicitarios y económicos. Y si presidiera un partido político, por decir algo, me sentiría mal sabiendo que muchas de mis opiniones o "sugerencias" no se pondrían en duda públicamente , no por su idoneidad, sino atendiendo a la disciplina de partido, esa especie de patrón que obliga a decir amén para dar imagen de uniformidad. Si perteneciera a una peña deportiva, sería desgraciado cuando el equipo contrario jugase mejor que el mío sin poder expresar mi admiración. Si fuese enólgo, me molestaría no poder alabar el vino de mi vecino, como si eso hiciese peor el mío.
Me cabrea que me digan que soy de un partido cuando critico lo que hace mal el de la oposición, o que no soy de uno cuando valoro las virtudes del otro. Creo que no soy de ninguno, porque me gustaría quizá ser de todos y eso no se puede. Tibio, indeciso, me llamaron en una ocasión (o en varias, la misma persona). Libre, le dije.
Me cabrea que me digan que soy de un partido cuando critico lo que hace mal el de la oposición, o que no soy de uno cuando valoro las virtudes del otro. Creo que no soy de ninguno, porque me gustaría quizá ser de todos y eso no se puede. Tibio, indeciso, me llamaron en una ocasión (o en varias, la misma persona). Libre, le dije.
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