lunes, 6 de diciembre de 2010

MONAGUILLO SOLITARIO


Podría decirse que mi primer trabajo remunerado, tanto en especie como en efectivo (y negro como una sotana), fue el de monaguillo. Mi madre trató de llevarme al seminario para hacerme sacerdote, no sé si queriéndome convencer de una vocación que nunca tuve, pero lo más que consiguió fue que me graduara sin título como ayudante de cura. No era un mal empleo a mis diez años, aunque el sueldo era variable, y oscilaba entre nada y algunas pagas de beneficios cuando había comuniones, bodas o bautizos. Acabadas las celebraciones, el cuerpo de monaguillos en pleno nos dispersábamos en formación de guerrillas para tirar de la chaqueta a los padrinos, que en días señalados solían y suelen mostrarse generosos. Luego poníamos en común las ganancias y repartíamos con una pierna ya fuera de la iglesia para llegar antes al kiosko o a la churrería, donde por una peseta o un duro nos daban una bolsa de migas de patata, con más sal que patata, que nos dejaba los morros en carne viva.
Un día de la Inmaculada, que se decía Purísima por entonces, fui a misa de seis y media con mis padres, sin ánimo de trabajar, aunque en mi profesión las fiestas se santificaban yendo al tajo. Como no teníamos cuadrante, y nos organizábamos según cayera, me encontré con que el párroco no tenía ayudante, así que me sentí obligado a cumplir con mi deber y presentarme ante mi superior, al que se le abrieron los ojillos cuando me vio. No pensaba yo que al bueno de D. Alfredo le haría tanta ilusión, pero para él debía de ser una grave afrenta no tener monaguillos el día de la fiesta grande en honor de la Virgen. Estuvo más amable que de costumbre, y después de esperar pacientemente a que recorriera la iglesia con el cepillo en la mano , en un mal remedo de Gary Cooper, con mis bombachos y botas de montañero al uso de la época resonando en la tarima, me dio un duro y las gracias después del "ite missa est", y creo recordar que un cachete cariñoso.
Unos días después, en la fiesta de Reyes, el mismo párroco se ganó la enemistad de mi hermana pequeña al hacer mención a las niñas que llevaban sus juguetes a misa. Ella, que era casi tan suya como ahora, se lo tomó a mal y profirió palabras injuriosas hacia D. Alfredo. Mi padre tuvo que llamarla "a su despacho" para calmar su sed de venganza y ahí quedó la cosa, y eso que el cura no era santo de la devoción de mi padre, quien criticaba su prosa para infantes, como la exaltación de la vista de Dios, de quien decía que lo veía todo, incluso "una hormiga negra en un zapato negro en una piedra negra en una noche negra", y cito tan textualmente como me permite mi memoria.
Así como la vida del monaguillo era en general placentera, entre tragos de vino de misa, recortes de formas sin consagrar y tañido de campanas, y del armonio, cuando D. Mateo me daba permiso, tuve que asistir en un par de ocasiones al sacramento de la extremaunción, que me dejó bastante impresionado. No recuerdo cuándo decidí colgar los hábitos como acólito de hecho, pero no sufrí trauma alguno. Me quedó el poso del trato amable de los sacerdotes, alguna bronca por no llevar las vinajeras a tiempo o charlar durante la misa, y el buen rollo entre colegas monaguillos. Pero claro, era un trabajo con pocas posibilidades de promoción, mal que le pesara a mi madre.

PD.- Acabo de recordar la cita exacta: "una hormiga negra en un zapato negro sobre una piedra negra en una noche negra". Mi padre podría corroborarlo. Ya me gustaría que fuera así.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, no me acuerdo que palabras proferí... lo que tengo claro era que con mi Nancy esquiadora nadie se metía...

FER14663 dijo...

A mí lo de la Nancy esquiadora no me parece políticamente correcto...