A veces los buenos propósitos no son otra cosa que parches, cuyo pegamento dista mucho de ser permanente. Alguien me contó que una empresa americana, en su afán por encontrar el adhesivo eterno, acabó inventando el post-it, de fracaso a éxito, una técnica muy utilizada por nuestros prohombres. Pues bien, como mis tatuajes, que son de pon y quita (en ese orden), así suelen ser los propósitos de año nuevo, que van prescribiendo con el paso de los meses: dejar de fumar se convierte en fumar menos; perder los kilos de las sin sentido comilonas navideñas (y de otras anteriores) viene a transformarse, no ya en labrarse el abdomen con tabletas de chocolate, sino en rellenarlo por mor de la ansiedad que provoca dejar de fumar; aprender un idioma nuevo acaba chocando con la necesidad de mejorar el propio, a la que contribuye el estúpido esfuerzo de los que llaman al pan "masa de harina cocida en horno" y al vino "caldo monovarietal envejecido en barrica de roble".
Podría enumerar intentos vanos de autoayuda, pero no me apetece. Sólo quiero añadir un consejo: los propósitos, mejor ordenaditos de menor a mayor y siempre de uno en uno. Conseguido el primero, vamos por el siguiente.
PD.- Quizá el cacareado apagón digital nos sirva, mientras compramos televisor nuevo, para darnos cuenta de la inutilidad de la tele, o al menos de que es bastante prescindible. Leamos más, por ejemplo. Pero en libros de papel, aunque sea reciclado.
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