Cuando empecé a salir, o sea, alternar, o sea, trasnochar fuera de casa —mucho antes de hacerlo intramuros, secreto y tardío placer que llegó para quedarse— la llamada "fauna pucelana" vino a manifestarse. De bar en bar aparecían quienes se habían hecho un hueco perenne en la barra o la pista de baile. Los había "pijos" —antaño "peras", quizá por las Ray-Ban verdes, como verde el abrigo "loden" (trato de huir de las comillas, gracias a Paz, mi paciente editora de cabecera, pero en este caso las encuentro necesarias)— en mi hábitat presuntamente natural. Estaban los pijos con pedigree, los de verdad, los fetén, por mor de su apellido o ascendencia, y estábamos los advenedizos, especies importadas que comprábamos la misma ropa con pecuniario esfuerzo paterno-materno, cuando no a base de ahorros ganados en clases particulares o trabajillos de todo a cien antes de los "todo a cien". "Cuanto más trabajo, menos pijo soy". Así era, sigue siendo —atajos mediante— la crueldad clasista.
En "El desván" tenían sitio fijo Manolo y dos amigos, a los que no pongo apellidos, pese a saberlos, por si se ofenden o abjuran de su pasado. Cholo casi era parte de la decoración —se movía poco más— y se encargaba de las relaciones públicas, un secreto cargo privado que encerraba secretos públicos—un adelantado el tal Cholo, ahora que lo pienso, sería por sus cristales de aumento.
—Ponme un Juanito Caminante con cocacola— pedía con voz más de aguardiente que de whisky. Y Jaime, el pincha, pinchaba de lo suyo, que era lo nuestro. Y entre canción y canción, "tema" y "tema", pinchaba si le dejaban, que era mucho pinchar, gracias a su nariz, olfato es poco.
Abro paréntesis sin abrirlos, (...), pedazo de transgresor literario soy: Alfonso, mi jefe y, sin embargo, amigo, hogaño rara avis —por ahora, porque en cuanto me despierte midiendo 2.15 o mis amigos culturistas respondan a mis guasaps le meto un meneo, advertido está—, andaba en pañales o rapiñando palmeras de chocolate en la panadería de sus abuelos Matías y Tere, cuando yo me llegaba en semáforo o destornillador. Me pilló en gin-tonic o whisky con ginger ale. Cholo seguía allí, como el dinosaurio de Monterroso, pero menos extinto, aunque en proceso, y más evidente.
(Eli...psis narrativa).
Eli, la eléctrica, era un tío con abanico. Bailaba con dos amigos, -as, guapos y provocadores. Más fauna, anterior a Locomía, "abanico, locomía, shuquebari" y otros palabros.
Años más tarde, yo trabajaba —es un decir– en el Corte Inglés. Vino a comprar un algo —"¿puedo ayudarle?— y charlamos largamente. Había tardes para el ocio, pese a la presión.
Ayer falleció la Eli. (Asunto de maricones, —Reverte se autocensuró esta misma palabra la semana pasada, él y sus cosas-miedos, ¿quién lo iba a decir?, que es "tengo millones de lectores de diferente pelo, por si acaso se me caen de la lista"—). Sólo su agresor-homicida —se le fue la mano, vete a saber, a juzgar— y Eli saben qué pasó. Los demás sólo podemos lamentar que se fuera un tío gracioso, machote por echarle los cojones-"ovarios que no tengo" a lo suyo. Me pareció buena gente. Aquella tarde, en el Corte, sólo era un cliente simpático. Creo que le di dos besos al despedirse. Joder, ¿me estaré volviendo maricón?
PS.- Ni ganas tengo de corregirme. Otros lo hacen y luego la siguen liando. A tomar por culo.
2 comentarios:
Hay gente que, en la vida, les tocó luchar más duro que a otros. Los tibios debemos reconocer y honrar su lucha. Gracias por este relato y por mostrar una parte de la admiración que todo Valladolid sentía por ella. Por estas cosas que escribes es por las que dejaría a mi mujer para irme contigo, bribonaso.
No sé quién eres, pero seguro que tu mujer vale mucho más que yo. Te agradezco el cumplido. Un abrazo.
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