Uno trata de hacer las cosas de la mejor manera posible, lo cual no es garantía de éxito. Si además hay que someter el esfuerzo a la opinión pública la cosa se pone peliaguda. Tal es el caso que me ocupa las tripas estos días: un concierto del Cuarteto Muzikanten, feliz invento pese a las dificultades que entraña poner de acuerdo a cuatro personas y luego a unas pocas docenas si hay suerte.
Si el asunto sale bien, lo fácil es sacar pecho. Si mal, se busca un culpable ajeno a los cuatro. Partiendo de la presunción de inocencia, algo tan poco frecuente en estos tiempos, cada implicado en un concierto, digo yo, intentará hacer su trabajo de la forma más profesional que sepa, o más aficionada, lo que no resta esfuerzo.
Esgrimir un "lo hemos hecho lo mejor que sabemos" viene a ser una pobre y autocomplaciente excusa. Cuando te pagan por un trabajo hay que entregarlo en tiempo y forma. Y si no sale bien se hace un descuento, ese que pedimos en el restaurante o el hotel previa amenaza de "si no, aténgase a las consecuencias", que suelen ser la publicación de un comentario negativo en las redes y el boca a boca, y tiro porque me toca. Antes nos valía con lo segundo, pero lo primero facilita la expresión del cabreo.
Este TDHA o TDAH no detectado a tiempo me trae por la calle de la amargura que, tampoco hay que exagerar, no llega a drama. Los nervios se llevan peor en vacaciones.
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