domingo, 18 de julio de 2021

VOCACIONES


 No es una errata. Esta entrada no va de las vacaciones, un tema tan manido que me aburre, más aún en mi caso: todo el mundo me recuerda los muchos días que me quedan, y vaya si quedan. El resto del año nadie me envidia. No va conmigo lo de colgar autorretratos fotográficos con fondo de mar, montaña, chiringuito o casa rural; parrillada, mariscada, paella, cañita con calamares o ensalada de frutas flotando en un gintonic con fondo de musiquita chunda-chunda. Ese summum de la felicidad concentrada en siete, diez o quince días tiene poco que ver conmigo. Más bien nada. La felicidad a la que me refiero no es superficial. Se nota a diario.

 Uno de mis mejores amigos, no "mi mejor amigo", que ya sería triste tener solo uno, por mucho marco dorado que se le quiera poner al título de "mejo", "meja" o "meje", ha conseguido regresar a su primer mundo tras unos años de discreta, elegante y profesional estancia en su segundo, que compartía conmigo. Tuvo su momento anterior, dejándome huérfano de compañero, pero nunca de amigo, y regresó al redil cuando las copas y los oros se tornaron en bastos y espadas. Siempre he sabido que su vuelta era temporal y le esperaba una reentré victoriosa, saludada por todas las partes, las que lo reciben y las que lo despedimos. Aprendió que las frases hechas, como "el tren solo pasa una vez" o "no hay que dar un paso atrás ni para tomar impulso" o muchas otras de manual de autoayuda tienen que ver con la casualidad pero no con la meritocracia. Y es por sus méritos, en lo profesional y humano, o en la sabia mezcla de ambos que atesora, que su primer mundo nunca le ha olvidado. A los buenos de verdad, que son rara avis, les pasan varios trenes cerca y algunos incluso les esperan en el andén por si les apetece montarse a última hora. Este tren, con asiento provisional de segunda —no tardará en ser invitado a first class, ni lo duden—, ha acabado por aparecer en el momento justo. Su sonrisa contenida se ha convertido en amplia. Nunca hubiera esperado de él que se tumbara en el paseo de Zorrilla para enseñarme cómo hacer planchas. Menudo crack este tocayo que nunca presume de nada. Por más que algunos con la décima parte de virtudes sigan aburriendo al personal con medallitas o simples insignias de baratillo aplaudidas por los amiguetes; rabas frescas —después de estar ultracongeladas—; idílicas y exclusivas vacaciones apenas compartidas con miles de personas y esas otras muestras de felicidad impostada, me quedo con la felicidad sincera y real del amigo que no necesita las redes para reivindicarse. 

 Enhorabuena, amigo. Envidio tu valentía, tu honradez, tu sentido de la oportunidad y muchas otras virtudes y dones.