domingo, 17 de enero de 2021

LOS INESCRUTABLES MECANISMOS DE LA MEMORIA (LA NIEVE SUSTITUYE A LA LLUVIA). Y QUE VIVA EL LATÍN.

 Tarde de domingo. No hay misa matutina causa pandemiae. Ya vendrá mi amiga Cristina Rosa a corregirme el latinajo, pero me queda muy lejos el latín de BUP y COU, mucho más —o mucho menos— que a los que hoy dictan leyes sobre educación, que no educativas (viene a ser lo mismo: el caso aquel de la declinación). 

 Se me ocurre vender un patinete eléctrico que me regalaron unos que no sabían de mi aversión a los motores y mi torpeza palmaria. Me responde Juan, un amigo desde cuando su mujer y yo cantábamos en latín —menos amigo entonces, sospechoso de mis intenciones respecto a su novia—. Y me asalta la memoria, no por sorpresa, porque ya la conozco. No me faltes nunca.

 Pucela, 1986, 26 de enero, domingo, once de la mañana. Juan viene a buscarme con su Vespa, ignoro la cilindrada, para echar un partido de tenis. Veinte kilómetros hasta la pista, muchos grados bajo cero. Antes de que acabe el primer set on ice, decidimos regresar a casa. Lo nuestro no es el tenis, menos aún el patinaje. Paramos en un bar de carretera, retortijón mediante —a Nadal también le pasa de vez en cuando—. Un vino en Portugalete, encuentro con un profesor de inglés con historia truculenta, y a casa a comer. A las tres me espera el tren que me lleva a Vitoria para cumplir con la patria. Pancartas de despedida, besos y abrazos, adioses y hasta luegos. Morreo disimulado con la prima de Juan, que es mi novia desde la nochevieja anterior. Long train running

 Infierno de cercanías-lejanías. El polimili gracioso: «¿alguno sabe tocar un instrumento? Los de la banda sí que viven bien».  Y yo, a la desesperada: «Toco el piano». «Si quieres te ponemos un carro para ti solo». Nada que hacer. 

 1 de marzo de 1986, sábado. Mi cumpleaños. La prima de Juan me deja sin palabras. Me explico: mi novia me deja sin decirlo, pero lo entiendo. Cena de cumple con amigos: me preguntan por ella, que no está. Juan se lo huele, o lo sabe. Fernando, José Manuel, Eduardo —al que he encontrado treinta años después— se hacen de cruces. Sufro lo justo. Me regalan una chapela más grande que la cubierta del Bernabéu. Ni intento ponérmela en el cuartel: es antirreglamentaria.

 Mayo del 86, día indefinido. Juan y el Basas vienen a verme al cuartel. Me he vuelto loco, pero no del todo. Liberado por dos años causa veteranii puteandi. Eduardo me busca psiquiatra. Bendito hallazgo: me libra per saecula saeculorum. 

 Diecisiete de enero de 2021. Me acuerdo de todos vosotros: Juan, Fernando, José Manuel... y Amelia, prima de uno, novia de otro. Será que llevaba dos meses sin contar bobadas en este blog. O no tan bobadas. 

 PS.- Corregidos los latinajos, como era previsible, gracias a la generosidad de Cristina. Que conste en acta. Nihil obstat. Imprimatur.