domingo, 31 de octubre de 2021

TOLEDO (MIS-CELÁNEAS FAVORITAS)

 A ver cómo empiezo esto. Mi cerebro, o lo que queda de útil en él, ha entrado en bucle esta semana. Últimamente, ante la inminencia del cambio de decena, esa que huele a jubilación, anda descontrolado. Se empeña en mostrarme la hoja del debe y el haber, con amplia ventaja para el equipo local: demasiadas cuentas pendientes, que mis amigos del pádel se toman a chufla, cosa que agradezco para desdramatizar el asunto. 

 Mi hija se ha ido a Toledo a pasar parte del puente. Allí vive uno de mis amigos del alma (tengo un alma muy grande, lo cual no significa limpia, en la que caben muchos y buenos; también algún gilipollas, pero confío en que mi memoria, ahora que siento que no es tan fiable como solía, borre lo poco malo antes que lo bueno y abundante). Me lo encontré ayer, por casualidad, en una tienda de sombreros. Él está más cerca que yo de la sesentena y su crisis, como el otro con el que fui por segunda vez a Toledo. La tercera y cuarta fue con Juan, el de los sombreros. La primera fui con mi padre y mi hermano, allá por 1983. Todo lo que sabía de la ciudad imperial era lo que entraba por el parabrisas del SEAT 132 de mi padre. No bajé del coche hasta que regresaron de su visita de trabajo. El entierro del conde de Orgaz no quedaba lejos (en Toledo nada lo está) pero no lo vi. Sigo igual, excepto por las fotos del libro de arte de COU, que perdí por prestárselo a algún compañero de las clases de piano. Nunca más se supo. 

 Jose, otro más sin tilde, me acompañó a Madrid cuando yo quería ser azafato de IBERIA. Dormimos en casa de Juan y, después del examen, fuimos a Toledo. Los pormenores de la visita, la comida en un restaurante de la plaza de Zocodover con aquel cochinillo (más cercano a verraco) que tenía una oreja más grande que el radar de Robledo de Chavela (a la que Onrubia hablaba como a una abuela sorda) siguen intactos en mi cerebrito. El viaje de vuelta por Gredos fue bastante movido, y hasta discutí con mi amigo por su forma de trazar las curvas (las amistades verdaderas sobreviven a esas y otras curvas). Nuestra acompañante, con nombre de ópera y fondo de usurera, se reía por lo bajinis. Como dependiente del Corte Inglés (y sueldo base) yo no le resultaba interesante; el salario de IBERIA (aprobé el examen) me hacía más conveniente, y así me lo hizo saber sin demasiado disimulo. Decliné su invitación a café, igual que la firma de mi contrato con la compañía aérea. Le complacería saber que me quedé en maestro (ser camarero de altos vuelos, por decirlo de algún modo, no me terminaba de llenar), así que se perdió poco margen comercial. Mejor para ella. 

 Hoy mismo he recibido un mensaje inesperado de mi querido Gubias. Cuando he abierto FB he caído en la cuenta. Hace días yo había compartido un mensaje sobre las víctimas del cáncer, y el amigo ha debido de pensar que yo andaba afectado. Claro que lo estoy, como tantas otras personas, familiares y amigos que lo han sufrido, pero por ahora, gracias a Dios, no es mi caso. Incluso estoy en terapia para dejar de fumar, gracias a la AECC, y minimizar los riesgos. 

 Gracias, Jose, por tu interés, por tu amistad a prueba de imbéciles y por tu conducción temeraria. Me abriste los ojos (esa y más veces). También me jodiste la siesta, pero el trazado de las carreteras de montaña no es culpa tuya. Tampoco era culpa del vigilante que se empeñase en impedir que hicieras fotos en la catedral de Toledo aunque fuera sin flash. Si los visitantes hacen fotos, no se venden las oficiales. Hay que comprenderlo... hasta cierto punto. En ese punto estaba yo, entre el segurata y tu cámara, para despistarlo. Creo que lo conseguimos. Cuando vuelvas a verlas, seguro que te acuerdas de aquel fin de semana. Hazme copias, anda.