domingo, 6 de septiembre de 2020

MÁS BOBADAS DE LAS MÍAS. NADA NUEVO BAJO EL SOL. MÁS DE LO MISMO.





Estuve anoche trasteando por FB, en lo que me entraba el sueño. Dos claretes me ayudaron. Leí algo sobre una exposición que no le gustaba al comisario-director-gerente-lo que sea de un museo con ínfulas —de los de arquitecto con nombre cuando se les podía pagar con dinero público, ese que no es de nadie— pero que al final tendrá lugar y fecha. El criterio sacrosanto de la concejala decidió la conveniencia de su celebración. Charlé sobre el asunto con un opinador desconocido, que resultó un tío majete.

Una actriz, amiga y vecina, a la que llamo Clinta Eastwooda, se quejaba del aforo restringido en los teatros, veinticinco espectadores por sesión. Se me ocurrió proponerle que actuase en colegios, subida a la tarima. Dicen los que saben —perdón, los que mandan, la noche me confunde— que en las escuelas se puede apretar al público. También tuve la ocurrencia de pensar que un teatro vacío es idóneo para dar clases. Me pido el auditorio del Delibes, que me pilla cerca. Esta mañana, de camino a misa de una, me crucé con ella. No fui capaz de reconocerla —me lo dijo mi mujer—. Tendrás que repasar el capítulo sobre "expresión de los ojos", Marta. El método es el método.

Quise ver la exposición de Rafa Vega «Sansón» en la sala de las francesas. Ya había comprado y leído ayer el libro, pero me apetecía ver sus viñetas enmarcadas. No están a la venta, una pena. Una amable —sé que su tono de voz no le hace justicia— azafata me dijo que esperase, por lo del aforo, y que guardase la fila. Me fui a misa.

La puerta de San Benito estaba atestada de fieles. Leí una nota: «La JCYL obliga a respetar el aforo máximo de veinticinco personas durante las celebraciones litúrgicas». Conté más de treinta delante de mí. De nuevo mi disparo hizo agua, aunque fuera bendita. Tampoco voy a esperar milagros.

De vuelta a la sala de exposiciones, (con algunos viandantes con mascarilla bajo la nariz —«es que no puedo respirar», dice uno que conozco, «y además me contagio yo», insiste, sin pensar en los muchos a los que pueden contagiar—), tengo más suerte y me dejan entrar. Soberbia la exposición, humilde el autor, al que no sé si le quedarán amigos después de su reparto equitativo. Las viñetas dedicadas al virus, a color, se encuentran tras la cancela. Un guiño al que quiera o sepa entenderlo. «Que nos quiten pronto la cancela», pienso.

Actúo ante más de veinticinco espectadores en cada terraza, sin mascarillas porque están bebiendo y tomando el pincho «no de feria, por esta vez». Cuchichean. No todo es tan malo.

Javier, un amigo maestro de la pública —aunque yo soy de la concertada— , me dice que está desanimado con esta mierda de curso que nos toca empezar el miércoles. «Todos somos contingentes, pero tú necesario», le respondo.

En fin, que no sé para qué escribo. Todo está en orden... hasta nueva orden.

PS.- Acabo de leer que el virus muere si ingieres alcohol de 70 grados. Al final tendré la culpa por tomar solo dos claretes.

PS2 (que no es un modelo de playstation).- Mi jefe y, sin embargo, amigo me advierte con suma elegancia, sin hacer pupa, de una patada en los intersticios de la gramática castellana. Corregida queda. Gracias, Alf.