viernes, 16 de marzo de 2012


La ley de la casualidad existe. Una noche conocí a un tocayo cuando estaba buscando información sobre Antonio López, el pintor. Representado por la misma galería Marlborough apareció otro que me cautivó tanto como para pedirle todos los catálogos disponibles, una lámina que tengo enmarcada en mi pequeño estudio (si aceptamos por estudio una habitación de siete metros cuadrados llena de trastos entre los que me incluyo) y unas tarjetas. A la mañana siguiente al pedido me escribió para asegurarse de que iba en serio y no se trataba de un calentón inducido por el alcohol. Aunque había parte de verdad en su suposición, insistí en solicitarle los catálogos y además firmados. Le hizo gracia la coincidencia de nombres y aparte de cumplir generosamente se molestó en regalarme algunas otras cosas. Incluso pude ponerle nombre a un cuadro de un monográfico sobre botellas, "message in a bottle", como decía también una canción de Police.
Años después, cuando intentaba renovar mi carnet de conducir en la oficina de correos, el empleado que me atendía se ofreció a echarme una mano para rellenar los impresos, farragosos como casi todos, y la risa nos invadió cuando le di mi nombre y él confesó que se llamaba igual, incluyendo no sólo el primero sino el segundo apellido. Creo que le comenté lo del pintor, pero no estoy seguro.
El más importante para mí, más que un pintor y que un funcionario (si cabe) fue el caso de un maestro con el que coincidí durante unos años en mi mismo centro. Él impartía inglés en clases complementarias, justo cuando acababan las mías, así que nos cruzamos en la sala de profesores y me presenté para ofrecerle mi ayuda si le era necesaria. Para mi sorpresa, él se identificó con mis mismos datos, nombre y primer apellido, lo cual nos hizo reír de inmediato. Al año siguiente pasó a formar parte de la plantilla de maestros - tutores, lo cual a veces provocaba algunas dudas y anécdotas entre los padres, como aquella en la que uno preguntó por Fulano, pero como éramos dos Fulanos, intentó desfacer el entuerto mencionando el apellido, que tampoco ayudó a aclarar con quién tenía la cita. Luego añadió que había quedado con "el de inglés", pero los dos lo éramos, así que acabó diciendo que era con el deportista. Creo que en una ocasión una madre de alumno, en semejante situación, dijo que había quedado con el guapo, así que tampoco se había citado conmigo.
Con el paso de los años, la convivencia y el compañerismo, que existe como muchas otras cosas difícilmente demostrables, nos hicimos muy amigos. Instauramos un par de citas al año para comer con nuestras novias (él resultó también más fiel que yo y a la actual comida de matrimonios trae a la misma mujer de entonces, cosa que yo no). Esa comida se ha convertido hoy en cena de cinco, con otro compañero y amigo, rara avis, por no decir rarísima. Hace unos diez años, mi querido tocayo fue llamado a otra empresa que le gustaba aún más. Para ser precisos, lo fue dos veces: no pudo acudir a la primera, por incompatibilidad con el trabajo principal, pero sí a la segunda, que él pensó que no se presentaría pero yo, en contra de su opinión, tuve claro que sí, tan convencido estaba de su valía, sin necesidad de poner zancadillas, imitar a Spiderman o hacer la cama a nadie, con una honradez profesional y personal que deberían figurar en los manuales de Educación para la Ciudadanía sin influir la filiación.
Creo que charlamos sobre su decisión, y yo, sin pensar ahora que influyese en absoluto, le apoyé y secretamente le envidié y admiré, porque estaba haciendo lo que yo siempre había querido: apostar por un ideal, con la salvedad y diferencia de que él seguía formándose y trabajando para tal fin y yo ya estaba más que adocenado en el que había sido el mío. Pasé un año malo, echándole de menos de forma tan ostensible que hasta la directora tuvo el detalle de llamarme para inyectarme una dosis de "lavidasigue".
Hace unas semanas las cosas cambiaron en su empresa y fue llamado como primer espada para tomar las riendas de la nave (sé que mezclo toreros, jinetes y marineros, pero lo hago deliberadamente para no dar pistas). Me emociona decir que me llamó el mismo día para darme la primicia, supongo que entre algunos otros, cosa que no me pone nada celoso, muy al contrario me llena de felicidad. Le di mi enhorabuena (huelga decir que sincera) y le deseé éxito en su nuevo cometido. Como es un señor muy formal y cumplidor, se está encargando personalmente de no llevarme la contraria. Y como es una excelente persona, paradigma de compañero y amigo, ese que todos querríamos tener, merece el éxito que anhelo para él. Conduce un grupo humano a quien está inculcando el afán de superación, de esfuerzo, sacrificio, trabajo en equipo, colaboración, respeto, ayuda, y un sinfín de valores que se echan en falta hoy en día.
Él sabe que deseo que triunfe por lo menos un noventa por ciento de lo que lo hace él. Y probablemente confío en su victoria, que necesita muchas victorias, en un ciento diez por ciento.
Cuando acabe su temporada le tengo preparada una sorpresa, sea cual sea el desenlace, porque el hecho de estar donde sólo dieciocho personas pueden cada año es ya un triunfo y más en un mundillo caprichoso que se mueve por impulsos, intuiciones y qué sé yo qué otras veleidades.
PD.- Tengo una tía de Murcia, pero no creo que le importe que el domingo arrases la huerta.

domingo, 11 de marzo de 2012

THE PERSON WHO HAS MOST INFLUENCED ME IN MY LIFE.

No doubt my parents exerted great influence over me in a personal sense, and helped me both grow up in an excellent family atmosphere and become who I am. My brother was my room mate for several years, so that I could learn a lot from him. Nevertheless, in professional terms, I think my first teachers at school were the most important women in my life, and I could even say that my music teacher was the man who really knew how to switch on a kind of special light inside me. When I was ten, he discovered my talent for music and took over in order to develop it. He invited me to join the school choir and orchestra, first as a singer and later as a bass player. He was always suggesting I improve my technique, and treated me as his own son. When I left school, the UVA choir conductor kept on giving me his help and support. And now, when I look back over my shoulder, I think I am indebted to all of them, as I cannot imagine my life without music at all.