domingo, 22 de abril de 2018

RÍO DUERO, RÍO DUERO...

Para un piscis, por empezar de algún modo, el agua tiene su aquel. (Ya he comenzado, que es de lo que se trataba). De algún modo, mi vida transcurre paralela al curso de los dos ríos que enmarcan Valladolid: el Pisuerga y el Esgueva, hasta que alguien, rara avis,  se documentó lo suficiente y le cambió el artículo al afluente, no por cuestión de cuotas sino de etimología, habrase visto semejante chorrada. En 1965, año de Nuestro Señor, me parieron, dice mi madre que me parí solo, cerca de la desembocadura del "la" en el "el", residencia Onésimo Redondo, hoy Pío del Río (más coincidencias) Hortega, no por mor de la memoria histórica. El  ulterior cambio de nombre del hospital se debió a cuestiones reales, como que D. Pío era médico y D. Onésimo falangista, creo. Puestos a ser puristas, a José Zorrilla no se le conoce afición al fútbol, que en aquellos tiempos románticos no había sido inventado, pero da nombre al estadio donde pulula el Valladolid (y mientras tanto José Cantalapiedra sigue sin constar, cosa que a nadie parece importar, ni a mí tampoco). 
Crecí a menos de cien metros, a ojo de buen cubero, del Esgueva. Entre mi casa y el río había un cuartel de intendencia, en cuyas pistas jugábamos a lo que fuera, y un poco más allá un refugio para indigentes, con ninguno de los cuales me crucé jamás. A los tres años, en una mañana de juegos, caí al río, del que fui rescatado por mi hermano y Luis Alberto, el vecino de arriba, que era un zángano aventurero. Al llegar a casa, mi madre me cambió de ropa, sacudió una bronca (no recuerdo si algo más, pero es probable) a mi hermano, que solía cargar con mis meteduras de pata, y nos hizo prometer que no dijésemos esta boca es mía a mi padre. Conseguí mantener el secreto hasta bien superada mi mayoría de edad, una tarde en que, paseando por las orillas del Esgueva, se me disparó algún dispositivo y se lo conté —a mi padre— que se hizo de cruces, era muy pío, como Hortega (además era Ortega, sin hache, pues no tenía pedigrí).
—No tenía ni idea, —dijo como rumiando, que Fernando Sr era mucho de rumiar sin tragar.
Años antes o después, mi hermana Beatriz se perdió en la playa del Pisuerga. Una pareja la encontró, supongo que cantando el "cumpleaños feliz", "la bamba es chunga o chumba" o "amalillo el submarino es" —nunca acabamos de entenderla, porque hablaba con la L como aprendiza, aunque cantaba con afinación de profesional, igual que ahora— y se la devolvió a mis padres, aunque mi hermana mediana es de esas personas que cualquier matrimonio querría tener como hija: guapaza, cariñosa, buena persona y más si se puede.
Al norte del pico Tres Mares, donde el Pisuerga nace, estuve perdido durante lo que me pareció una década ominosa o de otra marca, que había pocas, ni siquiera la marca blanca. Puede que fueran diez minutos, pero se me hicieron eternos pateando las arenas blancas de la playa grande de Noja. 
Otra vez el Pisuerga, en aburrida jornada de paterna pesca truchera, me engulló hasta la cintura, habida cuenta de que mi padre, pescador de siempre, murió sin aprender a nadar y trató de rentabilizar el cursillo de natación en la piscina del instituto Zorrilla (ni futbolero ni nadador) enviándome a salvar un aparejo a la otra orilla. Quizá de ahí me venga la fobia al agua cuando está a muchos menos de los treinta y siete grados que yo, si no la OMS, estimamos preceptivos. Los Esla (Juan Ignacio aún me debe una apuesta sobre caudales), Órbigo, Porma, Tera, Arlanza, mordieron mis canillas por semejante fin, pero no les guardo rencor. 
De remate, que nacionalista soy poco y mañana no iré a Villalar a ¿festejar? le derrota de los comuneros —los castellanos no tuneamos la historia y le echamos dos cojones, tenemos buen perder, que aprendan otros—, el riojano río Oja —aún recuerdo la cara de poema de Jesús Marchamalo cuando se lo expliqué en un descanso del concurso "Al habla", que por ser de la 2 casi nadie lo veía, lo que nos salvó a mi cuñado Chule y al menda del ridículo, suerte que los contrincantes eran estudiantes de periodismo, habrán acabado en As o Sport — me vio dar entre dos y setenta vueltas de campana en un Renault nervioso conducido por uno de mis íntimos amigos, con prisa por llegar a casa y cocinar para sus guapísimas y encantadoras amigas logroñesas para celebrar su propio cumple como antecesor de Carlos Sainz y Fernando Alonso, nada que ver con mi tío o mi primo aunque todos condujeran Renaults. 

Los gatos tienen siete vidas. Los piscis, al menos este escribidor, también (espero que más). No es de extrañar que ande ultimando una agradecida antología sobre ríos, de la que no me duelen prendas en compartir alguna perla:

1.- Río Pisuerga, río Pisuerga, nadie a acompañarte baja...
2.- Río Esgueva, río Esgueva, nadie a acompañarte baja...
3.- Río Oja, río Oja, nadie a acompañarte baja...

PD.- Tendría que escribir "casi nadie", porque yo estaba siempre, pero la rima es la rima.