domingo, 5 de diciembre de 2021

MEAPILAS

 Tras la PCR preceptiva antes de una operación quirúrgica, nada de importancia, apenas quitarle una D a mi ombligo en 3D —si Dios quiere, seguiré dando el coñazo en persona y en modo virtual en este blog—, acabé en misa de doce y media en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, la del barrio de mi infancia. Ha cambiado un poco desde que fui monaguillo. 

http://pucelaacapella.blogspot.com/2010/12/podria-decirse-que-mi-primer-trabajo.html 

  La tarima pulida por los fieles (luego lo fue por la máquina Karate Kid —dar cera-pulir cera— hasta que el terrazo frío la sustituyó) acompañaba mis pasos de monaguillo solitario aquel 8 de diciembre, cuando fui a misa y no había otro auxiliar de guardia sin votos —mis botas eran parte del problema de sonoridad excesiva—. El párroco, D. Alfredo, me dio las gracias —y una generosa propina extraída sin disimulo del cepillo, ¡un duro en negro! —puedo decir que 3 de los antiguos céntimos— (que lo mismo hay que llamarlo "duro de color")— por ayudarle. Mi trabajo consistía en una coreografía (alguna bronca me gané por saltarme el protocolo, dado como era y sigo siendo a la improvisación) limitada a flanquear al cura de turno, tocar la esquila, sin exigirme tonalidad, durante la consagración, pasar el cepillo y poner la patena (paradigma del brillo) bajo la barbilla de quienes se acercaban a comulgar (eso fue antes de que se aconsejara-permitiera poner las manos en forma de trono —mi buen amigo Chema que, como buen abogado, interpreta según la ley y sus recovecos, sabe mucho de esa suerte de digitoflexia— para evitar contagios mucho antes del COVID, para mí VDLC (virus de los cojones) o VDLCCC (virus de los cojones, cojonas y cojonos para otros a los que es raro encontrar en misa, a menos que se les muera un ser querido, y siempre en modo de "por si acaso"). 

 Hoy escuché el viejo armonio que D. Mateo, uno de los sacerdotes de antaño, me dejaba tocar (o no, cuando el cachondo de Javi Herrera, un compañero del cole que compartía parroquia conmigo, me franqueaba la entrada en la iglesia sin moros en el costa y lo tocaba sin permiso). El organista y el cura andaban reñidos, así como las tonalidades con que atacaban el salmo responsorial, el sanctus y el "por Cristo, con Dios y en Él", lo cual ha provocado un sobrevenido dodecafonismo que haría palidecer de soberbia, avaricia, lujuria —o algo peor y más capital— al mismo Schoenberg. Si Dios no sufre de tinnnitus será por su inmensa bondad o sordera selectiva (que envidio). 

 Un vermú de garrafón, sopas de ajo y un chipirón a precio de langosta en un bar de mi viejo barrio han acabado por retrotraerme al pleistoceno de mi vida. 

 Aquí me hallo, en plena fase de digestión del pasado —propio  y ajeno—, y no solo por la misa y vermú de hoy. Más trabajo para mi psicoanalista. A ver si con lo que me ahorro en tabaco puedo pagarlo.