domingo, 13 de mayo de 2018

MADRID: ARTE, FEMINISMO, NEELEY Y ROCK AND ROLL.


—¿Sabéis que viene Ted Neeley a Madrid? —preguntó David en un alto del ensayo del Cuarteto Muzikanten.
—¿A qué? Pensaba que estaría jubilado.
—¡Jesucristo Superstar!
Esa misma noche saqué dos entradas.

Madrid, esa ciudad a la que nunca acabo de acostumbrarme, tiene encantos para no aburrir aunque las piernas se empeñen en decir lo contrario. Muy por encima del ambiente postmoderno, puro marketing y postureo de selfies para compartir —eso sí que me aburre—, lo mejor de la capital se encuentra mirando del horizonte hacia arriba —a excepción de La Almudena, que al lado de la media catedral de Valladolid se queda en construcción de EXÍN castillos del número 2, si bien lo peor son los frescos del ábside, ejecutados en su sentido amplio por Kiko Argüello, "pintor católico" promotor inconsciente de la apostasía artística—. 
Íbamos paseando después de comer, con margen de sobra hasta la cita de las seis con Neeley Superstar, motivo del viaje. David, un tío pausado que transmite calma y se mueve a cámara lenta, me guiaba por las calles del centro comentándome detalles sobre tiendas antiguas de discos, música, y los monumentos que íbamos encontrando. Pese a ser licenciado en historia y/o musicólogo, lejos del afán por mostrar sus conocimientos los dejaba caer entre anécdotas personales de sus viajes al foro. Me sorprendió tanto que casi estuve callado, lo cual no deja de tener un mérito enorme para quien lo consigue.
Delante del palacio real, una mujer guapísima se hacía una autofoto sin palo en la que sólo salía ella, y al palacio que le den —lo reconozco, me pudo la curiosidad y eché un vistazo furtivo y malintencionado a su móvil—. Tras el paseo cultural y sosegado,  casi ajenos al bullicio, "ennosmismados", nos regalamos una hora en la tienda francesa de nombre impronunciable donde compramos un libro cada uno: él sobre Pink Floyd o algo que se le parecía, y yo de P.G. Wodehouse, al que tenía ganas —las obras completas que compró mi padre están impresas en papel biblia con una letra enana e incómoda—. Tres crías adolescentes me precedían en la cola de la caja con un ejemplar de "Pequeñas feministas" y la satisfacción de quien acaba de adquirir una edición facsímil de la Vulgata; mientras David pagaba, una niña me pidió que le enseñase la ilustración que venía en las bolsas de a diez céntimos.
—Mira, papá, es de Menganitta Revanchista... ¡Es feminista!
Su padre sonrió complacido. A mí me da un poco de pena que en busca de la igualdad las niñas se olviden de Carmen Laforet o Emilia Pardo Bazán. Por lo visto, sólo importa el fondo —poco profundo por lo que he investigado— y se olvida la forma, esa bobada que tiene que ver con la literatura y el arte, creo. 

Luego llegó el éxtasis con la aparición en escena de Ted, y con ella la transformación milagrosa de David. Punteó los solos de guitarra en el aire como un chiflado del Guitar Hero, cantó los comienzos de cada canción y aplaudió los finales. 
—Si lo sé te pido que me cantes la obra en casa y nos habíamos ahorrado el viaje— dije en voz baja.
Superstar nos pareció un concierto de rock más que un musical, con un cantante estrella que tuvo y bastante retiene a sus setenta y cuatro años. No es poco.
Las dos horas de regreso dieron para más charla en modo "abuelo cebolleta": recuerdos del colegio en el que compartimos instrumentos; del profesor que nos metió el veneno benéfico de la música, del que no pensamos curarnos; de lo que pudimos haber sido y no fuimos por vagos...
Y tanto nos gusta hablar de música —y de muchas más cosas, no es cuestión de revelar la conversación entera— que ni siquiera encendimos el cacharro de los cedés. Dejé a David en su casa y me congratulé del hallazgo porque, aunque le conozco desde hace veinte años, ayer le conocí un poco más. Por eso le perdono lo de la canción que me quiso colar como definitiva confundiendo a nuestro batería local de referencia con la caja de ritmos de su estudio y haciéndome de paso creer sordo.

Pd.- El libro feminista citado y el nombre de la ilustradora feminista no son reales. Los nombres de Emilia Pardo Bazán y Carmen Laforet sí, aunque mucho me temo que a las adolescentes feministas que me precedían en la caja les sonarán a chino.

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