Cuando escribo no veo letras -que también-, sino imágenes. Vengo a ser, o así me siento, como un guionista que inventa la película o un crítico que la cuenta a su modo, intercalando el pasado y el futuro. Más o menos como Tarantino, pero en serie C. Nada que ver con Zemeckis, ni falta que hace.
Anoche sucedió de nuevo. Había quedado con Jorge, un maestro de la pública con (nunca contra) el que comparto dardos de poco veneno, más por divertimento que convencimiento. Nos conocimos hace tiempo, unos quince años atrás -no conseguimos ponernos de acuerdo en la fecha, menos aún con dos cubatas encima- tocando con la Parrús Dixie Band, una banda de cuatreros o forajidos, cruce de gansos y patos, que se juntan de bolo en bolo, divierten y se divierten. Caí ahí por casualidad, es mi estilo -casual en inglés- gracias al ubicuo Germán y al no menos ubicuo Toño, el peluquero, que por alguna razón subconsciente se acuerda de mí y me lía -benditos líos, no en vano él me presentó al "Niño de la zanfona", o "Hurdy-gurdy boy" en estos tiempos bilingües-. Lo que iba para cena de cuatro se convirtió en "pulp novel, movie o fiction". Fue un ir y venir placentero.
En la Parrús se juntan gallos de muchas razas consanguíneas y yo no dejo de ser otro pollo -con espolones- de dudoso pedigree y encima temporero, casi siempre "benéfico" (me llaman cuando falta alguien para completar el cupo).
La última vez que toqué con la Parrús, huelga decir que por el catering -surviving mode-, Jorge comentó que estaba haciendo un libro de música para sus alumnos y pidió colaboración en forma de simple opinión, crítica o corrección. Allá que fui. Me mandó el "pedeefe" y reenvié mi revisión en una hora. Sé que le sorprendí, vaya que lo hice, cosa que quedó demostrada cuando me llegó un guasap.
-Voy a invitar a todos los que os habéis molestado en corregir mi libro.
Conociendo el percal, contesté con una afirmación que era pregunta trampa.
-Te va a salir por un pico.
-No creas. Sólo has respondido tú.
No sé por qué lo imaginaba. O sí lo sé. Lo del percal.
Quedamos en un restaurante pijillo -no esperaba semejantes gustos de uno de la pública, espeté-.
Como Cuadri es mucho Cuadri llegó una hora tarde, dos vinos en dialecto pucelano, y se disculpó a su modo. A los postres apareció Diego, nuestro idolatrado Dieguito, de quien dicen que es el mejor baterista de la comunidad, cosa que no puedo confirmar por falta de conocimientos. Eso sí: es bueno, muy bueno. Es cojonudo, aunque peor baterista que persona.
-Te ha traído a Diego porque he quedado...
Y el muy cabrón se piró después de pagar la cuenta, que en eso es serio de verdad, ni una mueca.
Así que me fui de copas con Diego, otro pedazo de amigo. Al despedirnos le invité a comer en casa "la mejor tortilla del mundo", siendo humilde, para la semana siguiente.
Antes de cenar anoche, como hay más tardones habituales, nos dio tiempo a una cerveza. En un salto temporal apareció Nacho, el celta con filtro, que había compartido habitación años ha con Quique, uno de la partida (será Kike por su ascendencia vasca) en unos cursos de la universidad de Comillas. Abrazos y etc.
En el restaurante (hay quienes, no sin razón, me acusan de prisa repentina) hubo otro salto del "hiperespacio". Como salidas (llegadas) del pasado más inesperado e inolvidado aparecieron Lorena, Carmen y Alicia. Tres eran tres. (Te lo juro, Quentin). Dos de ellas, más otra que faltaba, la mía, habían sido las novias de adolescencia de mis amigos del alma -que lo siguen siendo- a los quince. Amor quinceañero: primer beso, poemas, esperas con los libros, bajo el brazo nosotros, contra el pecho ellas. Todo fue precioso hasta el día fatídico en que, presas de un corporativismo feminista, nos dejaron a la vez, cinco meses después. "Amor fugit".
Como el universo, el tiempo nos expande, no a ellas, que seguían igual de guapas, aunque sin el uniforme azul marino de las carmelitas. No hubo ocasión para tomar una copa hasta dentro de otros muchos años. Ahora somos padres, así que quizá cuando seamos abuelos volvamos a coincidir. Bendita coincidencia será.
El resto de la noche pasó de salto en salto, a base de recuerdos de músicos, de amores frustrados, adelante y atrás. Como Tarantino pero sin guión. Y sin sangre, claro.
Como el universo, el tiempo nos expande, no a ellas, que seguían igual de guapas, aunque sin el uniforme azul marino de las carmelitas. No hubo ocasión para tomar una copa hasta dentro de otros muchos años. Ahora somos padres, así que quizá cuando seamos abuelos volvamos a coincidir. Bendita coincidencia será.
El resto de la noche pasó de salto en salto, a base de recuerdos de músicos, de amores frustrados, adelante y atrás. Como Tarantino pero sin guión. Y sin sangre, claro.
2 comentarios:
Gracias por estas líneas. Tu prosa es ágil y motivadora. Un placer reencontrarnos.
Digamos que lo motivador fue el reencuentro. Gracias a ti.
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