Uno no está donde está sólo por méritos, sino por una serie de circunstancias prosaicas: la oportunidad, la casualidad, el momento puntual (influyen hasta los segundos) y hasta la edad. Yo tampoco escapo de esas variables, o sea, no puedo sacar pecho, si es que hay algo de lo que presumir.
Ayer por la tarde fui a ver un partido de baloncesto de categoría amateur, semiprofesional para otros (en función del sueldo, supongo, así que habrá quien ejerza una profesión con sueldo de semi, y quien cobre como pro siendo amateur en el ejercicio, ejem), un entretenimiento de sábado ocioso. El nivel baloncestístico es una cuarta división con jovencitos que buscan mejorar y quizá dar un salto a categoría superior y veteranos de vuelta que matan el gusanillo (veteranía es superar los treinta en el mundo del deporte).
Reconozco que el partido en sí no me atrajo mucho, porque desde el principio había diferencias notables entre el local y el visitante y eso le quitó emoción. Anduve cambiando de asiento, saludando a unos y otros (mi ciudad, capital "de provincias", tiene esa ventaja: conoces a mucha gente). En el público estaban un ex-jugador y un ex-entrenador de ACB, y yo sentado entre ambos. El ex-base es compañero de trabajo y además lo cuento como amigo, algo que conviene remarcar y no confundir. Me encanta escuchar sus historietas de cuando era profesional, sin jactarse de nada, cosa que envidio sinceramente, porque humildad me falta. También lo es el entrenador del equipo de casa. A mi otro vecino de asiento, el ex-entrenador de primera, que ahora está en segunda, lo conocía de vista (por la tele y por la calle) pero nunca había hablado con él. También charlé con un preparador físico que ha ascendido de categoría y fue alumno mío de chaval. Y en el banquillo local estaba, bajando de categoría profesional, a quien sustituyó aquel. Parece un galimatías y puede que lo sea, pero doctores tiene la iglesia y estilos la escritura.
Lo importante del asunto, parece obvio, no fue el partido: fueron las conclusiones a las que llegué.
-Este equipo no estaría donde está si no fuera por quien lo entrena (y eso que su hijo juega con ellos)- dijo el ex-entrenador ACB, que sigue en leb oro,
-Anda que no hay diferencia entre estos y los de ahora -comentó el ex-preparador físico del local, que ahora trabaja para otros de superior categoría.
-Hola -saludó el preparador físico del local, que antes fue ACB y tenía prisa, por algún asunto familiar.
-El de tu izquierda y el que está en la cancha son los dos mejores entrenadores que he conocido en mi equipo, o casi -sentenció el de la derecha, que ha jugado con un tal Arvidas y durmió en la cama de un tal Tkachenko- opinión que comparte mi amigo Choche, que es mucho Choche y sabe un huevo de esto y de más cosas.
Al terminar el encuentro di la enhorabuena y un abrazo al entrenador de los de casa.
-Tenéis que venir más, que nos dais suerte.
Suerte es la de tu equipo, pensé, por tenerte como entrenador. Y la mía por conocerte.
Si el mundo fuera justo, que no lo es, algún día volverían los dos entrenadores a pisar las canchas de equipos ACB, cosa que deseo. Son los dos únicos a los que he oído apelar a algo que no sean los huevos en los tiempos muertos. Dos docentes motivadores, elegantes y con sabiduría como para poner una tienda, una franquicia o publicar libros de autoayuda sin pensar en los réditos inmediatos, sino en los de a largo plazo, que son los que duran.
PD.- Por más que los pinche, jamás sale una mala palabra de sus bocas, un poco de veneno del que se acumula aunque no quieras. Caballeros, al fin. Es lo que falta.
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