domingo, 23 de mayo de 2021

LO, LE, LA...



El idioma (¿será la idioma?), el lenguaje (¿lenguajo, quizá?) fue evolucionando lentamente, como el propio mundo en aquellos tiempos. Supongo que del gruñido se pasaría a la sílaba, de ahí a la palabra, luego a la frase... El cerebro de los primates iría creciendo a medida que lo hacía su capacidad craneal, o al revés. La evolución de las lenguas (aquí no hay duda de género) también se tomaría su tiempo, mucho más largo que una legislatura. 

Suelo poner la música como ejemplo a mis alumnos.  Del puro ritmo natural, ya se sabe, un corazón que late (en compás ternario, con su silencio, digan lo que digan); unos pies que caminan, se llegó a la introducción de la melodía, primero sencilla, como el gruñido, y paulatinamente más elaborada. La cosa siguió su curso hasta el clasicismo. Un tal Beethoven decidió que las normas estaban para saltárselas (se aburría el hombre) e inauguró el romanticismo, qué tío inconformista. No sabe la que armó. Si le hubieran dicho que hoy existirían el rap, el trap y el reguetón (un salto atrás de doscientos mil años en doscientos cincuenta), quizá se lo habría pensado mejor... o se haría el sordo. Por otro lado, estaría más que satisfecho si supiera que su Oda a la alegría iba a convertirse en himno oficial de la Unión Europea. 

Los ingleses solucionaron la cuestión lingüística con un solo artículo para masculino, femenino y lo que sea; singular y plural. Con los Beatles, los Stones y Queen ya demostraron que la música no suponía mayor problema para ellos, si bien antes tuvieron que importar a Haendel, menudo fichaje. Aunque solo sea por eso, envidio a los ingleses, Brexit aparte.

Ahora que lo pienso, no sé muy bien de qué iba esta entrada. Del laísmo pucelano no era, ni tampoco nos importa que la RAE no lo apruebe, por muchos que seamos quienes lo perpetramos desde antaño (bastante tiene con tragarse y hacernos tragar las almóndigas). Tampoco sé si mi cráneo me aprieta las ideas porque cada día es más pequeño, o mis ideas son cada día más pequeñas y por eso se va encogiendo el armario que aloja mi cerebro. Mañana empezaré a ponerle remedio. 



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