domingo, 21 de octubre de 2018

¿QUÉ IBA YO A DECIR?

Cada vez me siento más como "Las chicas de oro", no unas deportistas españolas "originalmente" nombradas por algún redactor deportivo, sino las de la serie americana de TV. Una de ellas, la mayor, solía decir:
—Sicilia, 1927...
Y empezaba a rememorar.
(Fundido en negro).

—Madrid, 1990...
Andaba yo en ser azafato de IBERIA. Tras dos tentativas fallidas, a la tercera iba a ser la vencida. Había pasado los exámenes previos, con la suerte que suele acompañarme —¿a qué le suenan las palabras Dew (se les coló una falta, pero no impugné, por no significarme antes de tiempo) Jones, a lo que respondí que era el nombre de Indiana Jones (la bolsa me importaba lo mismo que ahora, orgulloso dueño de 7 acciones de Unicaja)— y estaba al borde de una piscina de 16 metros de largo por ninguno de fondo. El reto consistía en nadar cien metros escasos, o sea, seis largos, en menos de tres minutos. Ese día empecé a valorar a los que bajan de 50 segundos. Comencé la prueba nadando a estilo libre, crol, pero al primer volteo, que no fue tal sino apoyo en el borde, descanso para recuperar el resuello e impulso subacuático, cambié a braza. No llegué a la meta empapado en sudor, pero sí el último de mi serie. Esperé, mientras me secaba, a que terminasen todos mis compañeros. Mi tiempo, récord personal, fue de 2,40. Conseguí eludir el farolillo rojo gracias a que una chica salió de la piscina antes de completar los 96 metros. "Bueno, no he sido último" —pensé para mis adentros—. La mujer, vestida en un traje de baño verde, se excusó. 
—Me ha bajado la regla esta mañana.
—No te preocupes. La semana próxima te repetiremos la prueba.
Preferí no preguntar qué tiempo había hecho siete días después. Ventajista que es uno.

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