Lo bueno de escribir sin presión es que uno lo hace cuando quiere y de lo que le da la gana. Como tengo menos seguidores que el hombre invisible en instragram, mis conversaciones conmigo mismo apenas superan el nivel de anonimato que una charla de bar a horas intempestivas. Tengo la piel demasiado fina para escribir esperando respuestas airadas, que de las otras no suele haber.
Acabo de leer esta mañana que algún grupo quería eliminar a Villar Palasí de la memoria histórica por mor de la implacable ley de la memoria histórica. No tuve el gusto de conocer a este señor, del que se cuentan maravillas, excepto el hecho de que fue ministro antes de 1975, por lo que no hará falta que explique para quién trabajaba.
Cuando ingresé en la orden de los jesuitas como alumno, allá por 1971 —dC, se entiende— pasé de ser uno de los tontos oficiales de la clase de párvulos a uno de los listos de la de primero de EGB. Juro que no estuve todo aquel verano rellenando cuadernos de "Vacaciones Santillana", puede que porque Polanco aún no había empezado a rentabilizar —o eso dicen— sus contactos, más bien filtraciones de amigo en el gobierno. La única diferencia palpable que recuerdo es que de ser aplastado por el rodillo en forma de mano de una monja de antaño pasé a ser tratado, con un cariño que no creía posible, por una "señorita" —como las tratábamos entonces— en quien los jesuitas, unos modernos chapados a la antigua o antiguos chapados a la moderna, habían delegado para formar y educar a los chavales, no diré chavalas porque mi colegio era segregacionista, como lo eran muchos de la escuela pública, por lo que no había rasgamiento de vestiduras o rasgadura de vestimentas. Mary Carmen, de la que he escrito varias veces, nos hacía memorizar fichas sin sentarse a nuestro lado, nos castigaba si era menester, que a veces lo era, y sobre todo nos quería. Y hasta de vez en cuando nos daba un beso maternal y nada sexualmente sospechoso para premiar nuestro esfuerzo.
Ahora sale lo de Villar Palasí, un ministro de educación que dicen que hablaba quince idiomas extranjeros, tenía dos carreras y se enfrentó al jefe supremo con sus teorías y posterior práctica de la actualización educativa, incluyendo el estudio obligatorio de las lenguas vernáculas propias de cada región, hoy idiomas. Por lo visto, el error que le condenará a desaparecer de la historia de España fue nacer cuando lo hizo, algo no achacable a su voluntad, supongo. Que fuera una persona formada, instruida y comprometida hasta el riesgo no sirve en su descargo.
Cuatro horas contadas le quedan a Caín para desaparecer del Génesis, a Tchaikovski de la historia de la música, y a un pelotón de señores y señoras que por ser de color rojo o azul —esto va por temporadas, como el alquiler de apartamentos—, golfetes o mujeriegos —¿golfetas u hombreriegas?— se les negará la calidad artística o profesional de la rama que sea.
Yo sólo hablo de lo bueno. De lo malo ya se encargan otros.
Pd.- La miscelánea, para otro domingo. También tengo mis contradicciones, pero no le cuestan dinero a nadie. Soy free lance a tiempo completo. Eso me salva, por ahora.
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