Una compañera de trabajo me comentó en mayo que había unos tíos que querían hacer un coro (solo de hombres) y me pasó el contacto. Lo leí y anduve pensándomelo unos días. La cosa parecía muy profesional, no económicamente, por ser una asociación cultural sin ánimo de lucro -mal empezamos- sino por el planteamiento:
-"Se valora buen nivel de inglés hablado y leído, idem de lenguaje musical. Límite: 55 años. Prueba de acceso".
Ya soy mayor para Operación triunfo, pensé, esperando no serlo para otros menesteres menos triunfales, si cabe. De ahí mi demora. Opté por escribir un correo, incluyendo los vídeos del Cuarteto Muzikanten, por ver si me libraba del casting, que en dialecto profesional se llama audición, ese trabajo que dicen tener los cantantes que no tienen trabajo. Como no obtuve respuesta, me tocó tragar con la norma general y audicionar, o sea, ser escuchado/aguantado por el director, con su infinita paciencia. -Nadie que dirija un coro puede estar exento de ella-. Después de la obra obligada, que cantan los supporters del Liverpool en cada partido, aunque no me dejó darle al whisky para meterme en el papel, y otra de libre elección, me adelantó su veredicto no vinculante:
-La única pega es que eres mayor.
Considerando que mayor es un comparativo de origen latino, que no significa necesariamente viejo, no quise tomármela a mal, aunque un poco me escoció y lo fui rumiando de camino a casa de mi madre, que a punto de cumplir 83 se lo tomó a socarrona risa de la abuela Felisa.
Nada más regresar de mis vacaciones playeras llegó el email de admisión, redactado con cierto venenoso suspense, por no decir cabroncete. Y unos días más tarde, me enviaron ocho hermosas obras, ocho, para aprender de memoria ASAP (¿no pediste manejo del inglés?). Ahí te las torees. Después, la convocatoria de inauguración.
Una de las primeras cosas que dijo el director fue que "este coro no es un coro". Quería decir que huiríamos del estereotipo (será que cantaremos en cuadrafónico por tener cuatro voces e incluso más) de señores con partitura. Por si las moscas, me quise asegurar, a riesgo de parecer bobo, saltándome la máxima de Groucho Marx ("es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y confirmarlo").
-¿Quieres decir con eso que tampoco vestiremos de negro corporativo? -Ya he contado aquí que me hace gracia el uniforme de los que huyen del uniforme, como si el negro riguroso no dejase de uniformar la alternativa. Quizá no sea hoy día para escribir sobre mayorías y minorías que comparten defectos y virtudes, más de unos que de otras según quién opine-.
-Ni pajarita, traje ni corbata.
Respiré aliviado, justo lo contrario de lo que hacen mis tres amigos del Cuarteto Muzikanten cuando me ven aparecer antes de un concierto, o hacía Germán Díaz, que justificaba mi vestimenta diciendo:
-No se lo tengáis en cuenta. Es pianista.
-No se lo tengáis en cuenta. Es pianista.
Tras la presentación del proyecto y una caña sin Homeovox, regresamos al local cuyos efluvios compartimos con bailaoras de sevillanas. Una hora más tarde ya teníamos la primera obra montada de memoria, igual que la nata: al rato acaba por desmoronarse, aunque nos fuimos antes del desplome.
No se me permite desvelar más del asunto, así que quien quiera, que siga leyendo. En unas semanas habrá otros medios de masas para enterarse, redes sociales y tal. Por hoy ya he contado bastante. Y de paso me han sugerido una lectura (acabo de encargar el libro) para matar el rato: "¿Está usted de broma, señor Feynman?".
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