Siempre me sucede lo mismo: comienzo el primer día de vacaciones con los mejores propósitos -el de dejar de fumar es sólo para primeros de año- y, por hache o por be, me quedo casi solo con el de descansar, que me lo habré ganado, digo yo.
El comienzo de la debacle se dio en la jornada de convivencia del profesorado. Visitamos la catedral de Valladolid, esa que según Llamazares -"Las rosas de piedra"- y muchos otros es tan fea, no sólo por inacabada. Subimos hasta la cúpula de la única torre en el ascensor, ocurrencia de un alcalde a quien le perdían las obras públicas y, como era pronto para comer, me dio por visitar después el museo diocesano, ubicado en los restos de la antigua colegiata pegada a la seo. Luego saqué las entradas para el concierto de la Peyroux, del que ya he dejado comentario, tomé café con mi madre, estuve de charla con Toñín, el peluquero, y llegué al restaurante con mi amigo y tocayo del colegio.
Al día siguiente me dio por leer sobre la catedral, después de consultar bibliografía y preguntar a Salvador Mata, que algo sabe de piedras rotas. Compré un libro y me puse a la tarea de conocer algo más sobre la iglesia principal de mi ciudad, cosa que parece exclusiva de turistas, tan dados a valorar más lo que se encuentra a cuantos más kilómetros mejor de su propia casa.
Los diez días reglamentarios en la playa me trajeron la lectura de una novela histórica que encontré por casualidad en un supermercado, basada en el asesinato del caballero Ezpeleta a las puertas de la casa de Cervantes, a quien se atribuyó la autoría. A la vuelta tiré de biblioteca para releer la documentación del caso. Resultó complicado ubicar los hechos, porque poco queda de aquella ciudad con ínfulas, menos aún los nombres de las calles.
La biografía de James Rhodes me tuvo atrapado a ratos, con saltos a "Platón y un ornitorrinco entran en un bar" y una novela brevísima de una rusa a la que su madre obligaba a tocar el piano.
Acabando el mes, sigo con el libro de la catedral, echando de menos un poco más de atención a las clases de arte del P. Aniano en COU. El escaso vocabulario sobre arquitectura adquirido aquel año, más preocupado por mis compañeras que por el estudio, lastra el avance de la lectura.
El lunes termina julio, y no sólo no he vendido una escoba sino que he comprado un aspirador.
Así que cuando me pregunten dónde he pasado las vacaciones, no tendré otro remedio que responder con cierta vergüenza: por las calles de Valladolid. Y sin fotos que enseñar, porque si no apareces en traje de baño con el mar al fondo y una caña, no te hacen ni caso.
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